3 de septiembre de 2025

Cuentos selectos (XXXV). Luisa Valenzuela: “La mancha roja”

Autora de una treintena de libros, la escritora, periodista y traductora argentina Luisa Valenzuela (1938) es ampliamente reconocida tras algo más de cinco décadas en las que desarrolló una prolífica obra que abarca novelas, cuentos, microrrelatos, ensayos, escritos autobiográficos y textos periodísticos. Nacida en Buenos Aires, quien es considerada una heredera del movimiento literario conocido como “Boom Latinoamericano” se sintió atraída por la escritura desde joven y empezó a publicar textos en la adolescencia en diversas revistas como “Atlántida”, “El Hogar” y “Esto Es”. A fines de la década de ’50 viajó a París como corresponsal del diario “El Mundo” y colaboró como periodista en la Radiodiffusion Télévision Française (Radiotelevisión Francesa). Allí se relacionó con miembros del movimiento literario “Nouveau Roman” y de la revista literaria “Tel Quel”, y escribió “Hay que sonreír”, su primera novela. A su regreso, en 1961, escribió artículos en el diario “La Nación” y luego en la revista “Crisis”. En 1969 obtuvo la beca Fullbright, con la que participó en los Internacional Writer’s Workshops (Talleres Internacionales de Escritura) patrocinados por la Iowa State University, una universidad pública estadounidense localizada en Ames, en el estado de Iowa. Estando allí escribió su segunda novela: “El gato eficaz” y luego pasó un par de años viviendo en México, París y Barcelona, período en el cual escribió la novela “Como en la guerra”. Luego, en 1974, como becaria del Fondo Nacional de las Artes tuvo una breve permanencia en Nueva York donde investigó aspectos de la literatura marginal norteamericana de aquel entonces.


En los años ’70, estando en Buenos Aires publicó los libros de cuentos “Aquí pasan cosas raras” y “Cambio de armas” y la novela “Como en la guerra”, obras en las que, mediante la ficción, denunció la violencia descarnada, la censura, la represión y el terror que imperaban en el país, primero por parte de la organización parapolicial peronista Triple A y luego de la mano de la dictadura cívico-militar conocida como Proceso de Reorganización Nacional. En medio de esa situación, en 1979 se exilió en Nueva York, ciudad en la que fue invitada por la Columbia University en calidad de Escritora en Residencia. Allí permaneció diez años trabajando como profesora adjunta de Literatura latinoamericana y dictando diversos seminarios y talleres de escritura hasta que, en 1989, volvió definitivamente a su ciudad natal. Entre sus obras pueden mencionarse los libros de cuentos “Los heréticos”, “Donde viven las águilas”, “Simetrías”, “Tres por cinco”, “Juego de villanos”, “Tres por cinco”, “El chiste de Dios y otros cuentos” y “Cuentos de Hades revistados”; los tomos de microrrelatos “Libro que no muerde” y “Zoorpresas zoológicas”; las novelas “Cola de lagartija”, “Novela negra con argentinos”, “Realidad nacional desde la cama”, “La travesía”, “El mañana”, “Cuidado con el tigre”, “La máscara sarda”, “El profundo secreto de Perón” y “Fiscal muere”; y los volúmenes de ensayos “Peligrosas palabras”, “Escritura y secreto”, “Los deseos oscuros y los otros (cuadernos de New York)”, “Taller de escritura breve”, “Entrecruzamientos. Cortázar-Fuentes”, “Diario de máscaras, “Lecciones de arte”, “La cortina negra”, “La mirada horizontal” y “Los tiempos detenidos”. Su particular abordaje de temas relacionados con el poder, el cuerpo, el humor y el lenguaje la han convertido en objeto de estudio en universidades de todo el mundo. Gran parte de sus obras han sido editadas en una veintena de países y traducidas al inglés, francés, alemán, holandés, italiano, portugués, serbio, coreano, japonés, persa y árabe.


Actualmente reside en la Argentina, donde sigue escribiendo columnas periodísticas entre las que se pueden mencionar “Conti: la entera conspiración”, “Borges revisitado” y “Creatividad vs. violencia”, y participa en cursos, talleres, seminarios y conferencias. El cuento que sigue a continuación formó parte de su libro de ensayos “¿De dónde vienen las historias?” publicado en 2024.

LA MANCHA ROJA

Raro que a un comisario le interesen las artes plásticas, por más retirado que esté. Pero Masachesi era así, un tipo raro a decir de sus colegas; o más bien fiel a sí mismo, cosa rara en la fuerza policial. Por eso mismo aceptó un retiro temprano, cuando ya no le permitieron dedicar su tiempo a investigar los crímenes en su seccional, de eso se ocuparía la flamante “policía científica” que eran unos fatuos inoperantes, y él, el comisario más respetado, debía limitar su empeño a reprimir manifestaciones opositoras. Se sintió indigno y sucio y aceptó la media jubilación que le ofrecieron con tal de sacárselo de encima. ¡Chau Respetado! lo saludaron sus colegas con cierto desdén cuando él se despidió de la comisaría para siempre.
Pero para siempre no, entendió esa misma mañana cuando leyó en el diario que acababan de inaugurarse una galería de arte casi frente a su antigua seccional, y allí exponía un viejo y talentoso pintor oriundo del barrio. Masachesi vio su oportunidad. Más de una vez había intentado llevar a su querido nieto Ismael de visita a diversas galerías y museos, y el chico se había resistido como gato panza arriba según propias palabras. Ahora no se resistiría, tenía el señuelo perfecto. Irían a la galería, sí, y prometé no hinchar diciendo que te aburrís, mirá bien los cuadros, tratá de interesarte y en premio te llevo a la comi a saludar a los muchachos y les podrás preguntar lo que quieras y hasta ver de cerca un arma reglamentaria. Porque el pequeño Ismael, de decididos siete añitos, no quería ser pintor, no. Quería ser comisario como su abuelo, ¡porca miseria!
Grandes cuadros gigantescos, hiperrealistas, como gigantografías. Ese viernes por la tarde, Masachesi de traje y corbata e Ismael con su mejor jean y su peor expresión iban avanzando lentamente por la galería, deteniéndose ante cada obra, el abuelo queriendo compenetrarse mientras el nieto miraba para otro lado buscando una vía de escape. Hasta que llegaron a una pintura asaz macabra con un cartelito que rezaba “El crimen perfecto, óleo sobre tela”. A Masachesi le indignó el título del cuadro, esa cosa no existe se dijo, no hay crimen perfecto, y no le prestó atención a la imagen habiendo visto tanto de eso en la realidad. Pero Ismael, que jamás había visto nada parecido en la realidad, sólo quizá un atisbo de algo semejante en su calenturienta imaginación de niño proclive al detectivismo, se quedó mirando a la mujer despatarrada sobre la cama, un brazo colgando en el vacío, enteramente vestida con falda verde a cuadros blancos y amarillos, algo arremangada pero no demasiado, y una blusa blanca con cuello y puños amarillos pintados con lujo de detalles que hasta al pequeño Ismael le resultaron admirables. Pero lo que en verdad le llamó la atención, lo que lo dejó clavado en su sitio un poco temblando y tratando de entender algo que no podía discernir, era esa vibrante mancha roja que chorreaba del cuello de la mujer y corría a lo largo de su brazo hasta empapar el piso. El piso del cuadro, naturalmente. Y quedó como hipnotizado ante esa mancha, tan roja y brillante. Tan viva.
A pesar de sus escasos siete años recién cumplidos -pero eran años con grandes aspiraciones- Ismael entendió perfectamente que se trataba de sangre, sangre que seguía manando como aquella vez que se cortó con una hoja de papel la yema del dedo gordo y no había forma de parar el chorro. Rojo, rojo, rojo. Entonces el cuadro pintaba un asesinato, y el pequeño aspirante a comisario-detective no podía ignorarlo. Un crimen perfecto, es decir nunca develado ¡vaya desafío!
Ante la mancha roja el chico parecía haber perdido la noción del tiempo. Su abuelo también. En la otra punta de la sala conversaba vivamente con la galerista. Ella había reconocido al viejo comisario de su infancia, un hombre que decía estar al servicio de los vecinos, nada que ver con el que había llegado después. A ése mejor mantenerlo a distancia, sobre todo ahora con lo de la galería que vaya una a saber qué inconvenientes podía encontrarle al local para sacar alguna tajada. Por suerte el pintor era hombre de raigambre en el barrio, y el nuevo comisario, que ya llevaba sus buenos años en el puesto, conocía bien al pintor y hasta lo respetaba, a su manera y sin relación alguna con las sutilezas del arte.
Esta última frase, sin mentar al comisario actual, la repitió la galerista cuando estuvo una vez más frente a Masachesi. ¿Sutilezas? inquirió Masachesi más sorprendido que otra cosa; parece algo brutal este pintor, tan frontal, tan imponente. Me pregunto de dónde saca tanto realismo. Hiper-realismo, le corrigió la galerista, y rió y le contó al ex comisario que el maestro se inspiraba en fotos y bla bla, mientras Ismael los miraba de reojo. Cuando notó que nadie lo estaba observando, el chico estiró con temor la mano, un dedo, hasta rozar la mancha roja, ese imán. Y el dedo le quedó manchado de rojo, y se acordó de Barbazul y la llavecita teñida de sangre y se pegó el susto de su vida, y cuando intentó refregarse el dedo manchado de rojo en el jean azul no pudo limpiarlo y así, con la mano cerrada, se acercó cabizbajo a su abuelo.
Masachesi dejó a la galerista para atender a su nieto que parecía enormemente preocupado, y no habiendo sido comisario en vano le preguntó qué escondía en esa mano y el chico dijo nada, claro, porque en realidad no era nada, era algo mucho peor que nada y Masachesi lo entendió y le tuvo compasión y dulcemente le abrió la mano para ver ese dedo teñido de rojo. Óleo rojo, como sangre, y entendió algo sin entender muy bien y se dirigió al cuadro que había llamado la atención de su nieto. ¿Recién pintado? se preguntó, pero por supuesto la respuesta era negativa. Los cuadros llevaban ya dos semanas colgados, se lo acababa de contar la galerista, y todo el resto parecía seco, aunque esa mancha roja vibraba con el esplendor de la frescura. Como por sorprendente que eso parezca no había quedado huella alguna del dedo del niño en la obra, Masachesi a su vez se permitió el lujo de contemplar el cuadro con detenimiento. Y la escena si bien para él poco inquietante dada su vida anterior, igual le llamó la atención por resultarle curiosamente familiar. El colorido de la indumentaria de la víctima sobre todo, más llamativo aún para él que la mancha roja que parecía fresca y lo estaba. ¡Tan realista todo! Hiper-realista, se corrigió, pero no era eso. Vio que su conocida estaba atendiendo otros visitantes así que permaneció frente al cuadro, contemplándolo a fondo mientras esperaba poder hablar con ella.
A Ismael le gustó que su abuelo se interesara por lo que a él le había llamado la atención, y sintió que al lado de su abuelo el miedo que había sentido frente a esa imagen y que recién empezaba a reconocer como tal, un miedo de cosquillas no del todo desagradables, se iba disipando, dejándole tan sólo la curiosidad. La mancha roja en su dedo sin embargo le devolvía la inquietud. Atinó a olerlo con disimulo, a pasarle muy levemente la lengua, y no era sangre, no; tenía olor y gusto a aceite, asqueroso eso sí.
Por su parte Masachesi, olvidado de su nieto, se preguntaba qué carajo tendría esa imagen que tanto lo interpelaba, hasta que logró recordar aquel remoto crimen, a pocas cuadras de allí si no se equivocaba, en tiempos cuando todavía no existía la palabra femicidio. Pero el asesinato de mujeres sí que existía desde siempre. Y le llegó un sabor amargo, no a las papilas gustativas sino al corazón, quizá, o a esa región del cerebro donde se apilan las frustraciones. Porque a él le habría tocado resolver el tal crimen perfecto de no haber sido por el cambio de carátula o lo que fuere que lo dejó lejos de todo detectivismo. Y varias cosas le llegaron a la mente en el instante en que la galerista se acercó para preguntarle por qué se sentía tan atraído por la escena más truculenta de toda la exposición, si bien ella entendía que, claro, tratándose de un comisario aunque fuera retirado, la escena le resultaba realista. Híper, que le dicen.
¿No se acuerda usted?, le preguntó él, pero claro, ella era demasiado joven en aquel tiempo, aunque el barrio entero se había sentido conmocionado por lo que entonces se llamaba un crimen pasional, si bien no había candidato alguno a quien imputarle la tal pasión. Peor aún, había demasiados candidatos. Porque la joven ataviada a la sazón con la falda verde a cuadros, tan llamativa, había sido -a decir del barrio- una casquivana. Y más también, al menos así lo entendió el investigador a quien le tocó el caso. Casquivana a sueldo, en pos del mango, alguien desdeñable. Pero por más puta que fuera, entendió en aquel entonces Masachesi, no merecía una muerte así, tan atroz. Ninguna muerte merecía en realidad esa joven que después de todo era pulcra y discreta, y si bien andaba con quien fuere no hacía escándalo y respetaba la apariencia, sí, la tranquila apariencia del barrio. Pero los “científicos” no se esmeraron en demasía, indagaron a los posibles sospechosos. Muchos menos de los que se suponía habían pasado por ese cuarto de pensión, pero tampoco se trataba de alborotar el avispero y mancillar el buen nombre y honor de probos padres de familia que bueno, una canita al aire se la tira cualquiera. Y ahí quedó la causa, durmiendo el sueño de los (in)justos, a decir de Masachesi, que no se desveló por eso pero sintió que algo andaba mal en la repartición, qué le vamos a hacer, pero no le correspondía a él meter allí sus narices.
Vio qué excelente pintura, la creó especialmente para celebrar que abrimos una sala en este barrio, vio qué vívida es la escena, le informó con orgullo la galerista trayéndolo de regreso al aquí y ahora. Parece que nos estuviera hablando, agregó la galerista. Está muerta bien muerta, le contestó Masachesi, que no iba a perder su buen criterio ni siquiera en aras del arte. Pero algo de razón tenía la galerista porque hete aquí que la pintura roja, esa chorrera de sangre, estaba fresca y seguía manchando por así decirlo. Y lo dijo, y se lo dijo a la galerista con aire inquisidor. Algo debía averiguar ya que, si bien se había compenetrado en aquel entonces del crimen y hasta había visitado la escena, la lejana pesquisa no estuvo a su cargo.
¿Cómo es esto de la pintura fresca?, preguntó, sin delatar al nieto que estaba frente al ventanal viendo pasar a la gente.
Ah, dijo la galerista con orgullo; un hallazgo, una genialidad del maestro que para lograr este efecto tan impactante consiguió producir un óleo que no se seca más.
Impactante por cierto, masculló el ex comisario asumiendo poco a poco su viejo rol casi olvidado. Me pregunto de dónde habrá sacado la imagen tan exacta.
Puro talento del maestro, insistió la galerista; la fórmula de la pintura siempre fresca la mantiene en secreto, pero lo otro no. Me contó que las imágenes son copia fiel (¡y admirable!) de viejas fotografías, generalmente aparecidas en los periódicos. Esta, me contó, la recortó de un viejo diario de escándalos, prensa amarilla que le dicen. El diario se llamaba “La Hora”, puede que usted lo tenga presente, ahí salió la foto del crimen impune. Muy impresionante, hasta mi mamá la comentaba en ese entonces, me dijo mi mamá ahora, recordándola. Tal cual la pintura, la foto. O viceversa.
Lindos colores, dijo entonces Masachesi. Y muy muy exactos, demasiado exactos, comentó para sí aludiendo a los colores del atuendo de la mujer en el cuadro, no en esa foto que de golpe le volvió a la memoria, la foto del diario, en blanco y negro.
Y ahí entendió todo.

27 de agosto de 2025

El “León”, la “Cajera”, “Lule” y “Pinocho”, los principales responsables de la plaga que afecta a los argentinos

El ensayista argentino José Gobello (1919-2013), fundador de la Academia Porteña del Lunfardo en 1962, escribió
en su “Diccionario del lunfardo” que “la coima es parte del ser nacional. Nos define como país mucho más que el tango”. Dada la situación que atraviesa la Argentina por estos días, parece estar muy claro que esa definición es muy certera y en gran medida verificable. Aunque la historia de la coima es imprecisa, se pueden encontrar en la cronología argentina numerosísimos casos de lo que la Real Academia Española señala como sinónimo de soborno. Diversos historiadores concordaron en que, ya durante el período colonial, los altos funcionarios no estaban exentos de recibir sobornos por parte de contrabandistas, terratenientes, comerciantes, dirigentes, etc., con el fin de facilitar negociados, favores o tratos preferenciales. Sobre este tema se refirió el periodista argentino Walter Goobar (1954) en su artículo titulado “Historia de la coima” que apareció publicado en agosto del año 2000 en la revista “Veintitrés”. Allí señaló que “desde tiempos de la colonia, la retórica patriótica y la guerra escondieron los negocios turbios”, y mencionó casos de corrupción vinculados a presidentes argentinos como Bartolomé Mitre (1821-1906) y Miguel Juárez Celman (1844-1909). Sobre este último también aludió el abogado argentino Juan Balestra (1861-1938) en su novela “El Noventa. Una evolución política argentina” publicada en 1935. En ella escribió: “En 1890 Argentina corre alegremente hacia el desastre financiero. La honestidad transa con la codicia… ha llegado la hora de la coima. No se denuncian públicamente los casos, pero no se habla de otra cosa en las calles”.
Allá por 1894, el médico y escritor argentino Francisco Sicardi (1856-1927) publicó el primer tomo de “Libro extraño”, una extensa novela en la que narró la historia de una familia de clase media a través de varias generaciones, y además describió el papel que jugaron las coimas en el desarrollo de la infraestructura urbana de Buenos Aires durante el cambio de siglo. Y por esa época también, el periodista y escritor argentino José María Miró (1867-1896), conocido por su seudónimo literario Julián Martel, publicaba “La Bolsa”, novela en la que abundaban funcionarios que cobraban sobornos o pagaban sus placeres con dinero del Estado. “Bah, de todos modos, es el pueblo el que paga”, dice un ministro en uno de los capítulos. Años después, en enero de 1929, el escritor argentino Roberto Arlt (1900-1942) publicaba en el diario “El Mundo” una de sus recordadas “aguafuertes”. Esta llevaba por título “Su Majestad, la coima”, y en ella decía: “La coima es la polilla que roe el mecanismo de nuestra administración, la rémora que detiene la marcha de la nave del Estado (y esta vez es cierto el mito de la rémora y la macana de la nave del Estado). La coima es el aceite lustral conque cuanto bicho inspector y subinspector que vagabundea por ahí, lubrifica sus articulaciones y engorda su estómago; la coima es la madre de muchos bienestares, el alma de numerosas prosperidades, el ángel tutelar de los que venden aserrín por harina, achicoria por café, pan quemado por chocolate, mármol molido por azúcar; la coima es la diosa protectora de todos los tahúres que pululan en nuestra tierra, de todos los comisarios que entran flacos y salen gordos, de todos los magistrados que se taponan los oídos para no escuchar los alaridos de la justicia. ¿Qué no es la coima, la enorme, la nutritiva coima? Donde se clave la vista, allí está: invisible, segura, efectiva, certera”. Categórica apreciación, sin dudas.
En mayo de 1910, la Argentina celebraba el centésimo aniversario de la Revolución de Mayo, aquel acontecimiento que destituyó al virrey español Baltasar Hidalgo de Cisneros (1756-1829) y lo reemplazó por el primer gobierno patrio argentino, una Junta que designó a Cornelio Saavedra (1759-1829) como Presidente de la Primera Junta de las Provincias Unidas del Río de la Plata. En esa misma fecha, el periódico italiano “La Stampa” publicaba un artículo en el que afirmaba que, en la Argentina, “la propina es una institución: tiene un nombre solemne de resonancia griega. Se llama coima. Todos coimean: desde quien desempeña cargos superiores hasta el último inspector. Es una práctica tan normal que si alguien decidiera obtener algo sin recurrir a esa gran señora de las transacciones oficiales correría el riesgo de ser tachado de loco. Hay coimas y coimas. Las hay pequeñas, insignificantes. Corresponden a los empleados de menor jerarquía: al portero, al mandadero, al escribiente. Pero las coimas grandes, las que merecen ampliamente su nombre y que hacen que se hable de ellas con admiración y envidia son las que se vinculan con los contratos del Estado, que los hay por armas, ferrocarriles, puertos, construcción de edificios, algunos de ellos monumentales, con ladrillos importados de Inglaterra, mármoles de Italia y luminarias de Francia”. De más está decir que cualquier similitud con lo que está ocurriendo en la actualidad es más que evidente. La única diferencia es que el actual presidente Javier Milei (1970) llegó al poder basando su campaña electoral prometiendo combatir a la “casta” política y terminar con la corrupción del Estado, compromisos que en sus veinte meses de gobierno no sólo no cumplió, sino que, por el contrario, tanto la casta política como la corrupción del Estado se elevaron enfáticamente.
Para el presidente libertario, la casta es un “conjunto de delincuentes”, son todos los “funcionarios inmorales” que implementan políticas que le hacen “daño a la gente” y que, para “proteger” sus propios privilegios, “argumentan que no se puede hacer otra cosa”. Sin embargo, algo más de siete de cada diez funcionarios de su gobierno forman parte de lo que él define como “casta”, es decir que, de una u otra manera, ya fueron parte de otros periodos de gestión gubernamental. Así se podrían mencionar al Jefe de Gabinete Guillermo Francos (1950), al Ministro de Economía Luis “Toto” Caputo (1965), a la Ministra de Seguridad Patricia Bullrich (1956), al Ministro de Defensa Luis Petri (1977), al Ministro de Desregulación y Transformación del Estado Federico Sturzenegger (1966), al Secretario de Turismo, Ambiente y Deporte Daniel Scioli (1957), al Subsecretario de Inteligencia Diego Kravetz (1971), al Subsecretario de Gestión Institucional Eduardo “Lule” Menem (1964), al Presidente del Banco Central Santiago Bausilli (1974), al Presidente de la Cámara de Diputados Martín “Pinocho” Menem (1975)… Y a pesar de no tener antecedentes como funcionaria pública, no se puede dejar de incluir en la casta gobernante a la Secretaria General de la Presidencia Karina la “Cajera” Milei (1973), hermana y “Jefe” del actual presidente.


Por estos días, la difusión de audios atribuidos al director de la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) Diego Spagnuolo (1974), desataron una gran polémica por el presunto pago de coimas en la compra de medicamentos a la droguería Suizo Argentina por parte de la agencia. Dicho funcionario ya había generado un escándalo -que lo puso en el centro de la agenda política- al impulsar en agosto de 2024 una revisión del sistema de pensiones por invalidez, declarando que el esquema era “poco transparente, complejo de auditar y muy susceptible al fraude”. Mientras avanzaba con la auditoría, Spagnuolo clasificó a las personas que sufrían distintos grados de discapacidad intelectual con términos como “idiotas”, “imbéciles” y “retardados mentales”. Ahora, en los audios filtrados, involucró en la recepción de coimas a la “Cajera”, a “Lule” y a “Pinocho”, e hizo responsables de pagarlas a los empresarios dueños de la droguería. La primera respuesta del presidente, el “León” Milei, fue hacer un “desplazamiento preventivo” de Spagnuolo de la ANDIS, mientras los otros funcionarios involucrados en el escándalo se limitaron a negar las acusaciones y atribuirlas a “una operación electoral” en vista de las próximas elecciones. Por estos días, el presidente habló en el Teatro San Carlos de Junín, en un acto libertario donde se presentaron los candidatos nacionales a diputados por la provincia de Buenos Aires. Su discurso fue, una vez más, un compendio de frases incomprensibles, balbuceos y torpezas. Y como si no fuera suficiente, refiriéndose a todos aquellos que cuestionan su connivencia con el cobro de coimas, esta vez los furcios formaron parte de su perorata. El mayor de ellos fue su frase “están molestos porque le estamos afanando los choreos”. A confesión de parte relevo de pruebas, reza un viejo axioma jurídico. Un par de días después, en un acto que encabezó en Lomas de Zamora de cara a las elecciones del 7 de septiembre en la provincia de Buenos Aires, afirmó que “todo lo que dice Spagnuolo es mentira. Lo vamos a llevar a la Justicia y vamos a probar que mintió”. ¿Se referirá a la Justicia argentina que está signada por una inacción que lleva décadas y está plagada de favoritismos, acuerdos políticos y corrupción?
De todos modos, la repercusión de este hecho de corrupción fue inmensa en los medios de prensa extranjeros. En España, por ejemplo, el diario “El País” publicó una nota bajo el título “Los casos de corrupción que acechan al Gobierno de Milei” y enumeró “la promoción de la criptomoneda $Libra, unas maletas que eludieron los controles aduaneros y las sospechas de una red de recaudación de sobornos en la compra de medicamentos, en la mira de la Justicia”. Y otro día publicó: “Quién es quién en el escándalo por corrupción que toca a Milei y su hermana Karina” en la que detalló los nombres de los funcionarios y empresarios implicados, y contextualizó el caso en medio de una serie de turbulencias internas del gobierno planteando que la denuncia podría tener efectos políticos duraderos. Por su parte el diario “El Mundo” informó sobre la crisis política interna que generó el caso, señalando que “el grupo parlamentario de Milei se rompe entre denuncias de corrupción”. Y en su edición digital publicó una nota titulada “Un escándalo de corrupción afecta al núcleo duro de Milei: su hermana Karina, salpicada por las comisiones de fármacos”, y destacó que la funcionaria es apodada “el jefe” por el propio presidente y apuntó que su figura se ve comprometida por las declaraciones del exdirector de la agencia pública de discapacidad. Y agregó: “En apenas un puñado de días, el intangible distintivo del gobierno del que presumía Javier Milei -su honestidad- se ha diluido”.
Mientras tanto, en Estados Unidos, “The Washington Post” también hizo mención al escándalo. En su cobertura se refirió a una investigación en curso sobre un posible “esquema de retornos que enreda al círculo íntimo de Milei”. Y cubrió el tema con un enfoque que hace hincapié en el alcance del escándalo dentro del núcleo presidencial: “Argentina investiga presunto plan de sobornos que involucra al círculo íntimo del presidente Milei” tituló, y detalló: “Una investigación de corrupción que amenaza con atrapar a los asesores más cercanos del presidente libertario Javier Milei, incluida su poderosa hermana Karina”. También allí, la agencia de noticias Bloomberg tituló en su versión digital: “El escándalo de sobornos sacude al gobierno de Milei y amenaza su capital político”. La agencia estadounidense subrayó que el caso se sumó a una semana difícil para el presidente, marcada por turbulencias económicas, retrocesos legislativos y nuevas tensiones diplomáticas. Y en otra publicación, bajo el título “Milei suma un escándalo de corrupción a su creciente lista de problemas”, advirtió que el caso podría mermar el índice de aprobación del presidente y complicar su agenda de reformas. “El equipo de Milei intenta detener el escándalo de sobornos -agregó- mientras los bonos y el peso se hunden. El caso de corrupción parece bastante serio, especialmente teniendo en cuenta el contexto electoral”.
Los ecos del escándalo también se hicieron sentir en América Latina. En Brasil, algunos de los medios más importantes también dieron cobertura al tema. La revista “Veja” y el diario “Folha de S. Paulo” publicaron artículos retomando los informes de la prensa argentina y remarcaron el impacto político del caso. El diario “O Globo”, por su parte, tituló “Policía argentina ejecuta órdenes de allanamiento tras filtración de audio que vincula a hermana de Milei con presunto soborno”, y agregó que “aún no hay una acusación formal”. El sitio web de noticias de Chile “Emol” señaló: “Escándalo en Argentina: el caso de supuesta corrupción en agencia de discapacidad que salpica a Karina Milei”. Y el diario “El País” de Uruguay informó con énfasis sobre la intervención judicial: “Escándalo en Argentina: incautan celular de exjerarca en medio de denuncias contra Javier y Karina Milei”. Según este medio, el hallazgo del teléfono de Spagnuolo es un indicio clave en la investigación. La nota hace foco en el contenido de las grabaciones que describen un presunto sistema de sobornos asociado a contrataciones en el área de salud pública. El director periodístico de este diario escribió: “Se viven momentos de tensión en la cima del poder. El caso Spagnuolo, como ningún otro hasta el momento, golpeó bajo la línea de flotación en uno de los puntos que Javier Milei sigue teniendo como diferencial positivo: la imagen de honestidad versus una dirigencia política vista como corrupta. Para colmo, las revelaciones sobre supuestos pagos de coimas en la compra de medicamentos para la Agencia Nacional de Discapacidad se conocieron en un momento donde el gobierno viene siendo acorralado por los problemas. La mortal crisis del fentanilo contaminado dejó en evidencia una gestión defectuosa, en el Congreso la oposición le sigue manejando la agenda a los libertarios y hasta incluso le llegó a voltear un veto al presidente, y la economía da señales de una volatilidad previa a las elecciones que pone nervioso a más de uno y se visualiza en las tasas altas. Demasiados líos juntos para un gobierno acostumbrado a imponer su ritmo”. En todos los casos, estos medios de prensa advierten que el escándalo no sólo compromete al gobierno en términos éticos, sino que podría afectar la estabilidad de las relaciones con aliados internacionales y la imagen del país en foros globales.


En fin, la lista de desatinos (por llamarlos de una manera gentil) cometidos por el gobierno libertario es larga. Se pueden mencionar la obligatoriedad de los empleados de la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES) y del Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados (PAMI) a realizar aportes para la construcción territorial de La Libertad Avanza durante la campaña electoral, el decreto para quedarse con el control del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) y del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) para convertirlos en organismos dependientes del Poder Ejecutivo, la promoción y posterior estafa de la criptomoneda $Libra, la crisis desatada en el Hospital Garrahan tras la decisión oficial de eliminar residencias y reemplazarlas por “becas de concurrencia”, la catástrofe generada por el fentanilo contaminado que se fabricó y distribuyó entre 2024 y 2025 y ya ha causado casi un centenar de muertes, y el reciente caso de las coimas por medio de las cuales la droguería Suizo Argentina pasó de facturar $3.900 millones a $108.000 millones en contratos con el Estado durante los veinte meses del gobierno que dice evitar “gastos excesivos” para defender el equilibrio fiscal. Evidentemente todos estos hechos no son más que producto de las políticas que priorizan las ganancias de unos pocos sobre la vida de la mayoría de la población. Por suerte, parece ser que la gente ya se está dando cuenta de la hipocresía tanto discursiva como ejecutiva de este gobierno. Una reciente encuesta realizada por la consultora Horus muestra que el 86% de los argentinos cree que hay corrupción en el gobierno nacional, y otra realizada por Poliarquía Consultores señala que la caída de la confianza se reflejó en todos los componentes del sondeo:  la “Honestidad de los funcionarios”, la “Capacidad para resolver los problemas del país”, la “Eficiencia en la administración del gasto público”, la “Evaluación general del gobierno” y la “Preocupación por el interés general”. A esta altura, sobran las palabras. Ya lo decía hace muchos años Bob Dylan (1941) en su canción “Everything is broken” (Todo está roto): “las calles están llenas de corazones rotos, no sirve de nada bromear, todo está roto”.