Sergio Olguín (1967) es un
escritor y periodista argentino. Nacido en Buenos Aires, pasó su infancia y su adolescencia
en la localidad del conurbano bonaerense Lanús. Estudió en la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y concurrió al taller
literario de la escritora y profesora universitaria argentina Gloria Pampillo
(1938-2013). En 1990 fundó la revista cultural “V de Vian” y, al año siguiente,
cofundó junto al periodista argentino Eduardo Antín (1951) la revista de crítica
cinematográfica “El Amante”. Años después fue jefe de redacción de la revista
cultural “Lamujerdemivida” y editor de la sección cultura
de la revista “El Guardián”. Dedicado al periodismo desde los diecisiete años, comenzó
publicando notas en la revista “Familia Cristiana” por unos pocos años y luego
fue columnista en los diarios argentinos “Crítica de la Argentina”, “La
Nación”, “Tiempo Argentino” y “Página/12”, y en el uruguayo
“El País”.
En 1998 publicó el libro de cuentos “Las griegas” y en 2002 “Lanús”, su primera novela, a la que le siguieron “Filo” y las narraciones juveniles “El equipo de los sueños”, “Springfield” y “Cómo cocinar un plato volador”. Más adelante publicó las novelas “Oscura monótona sangre”, “Boris y las mascotas mutantes”, “1982” y “Los últimos días de Julio Verne”, y el libro de cuentos “Los hombres son todos iguales”. Intercaladas con estas obras, publicó cinco novelas enmarcadas en el género policial, cuya protagonista es la periodista e investigadora Verónica Rosenthal. Se trata de “La fragilidad de los cuerpos”, “Las extranjeras”, “No hay amores felices”, “La mejor enemiga” y la recientemente publicada “Media Verónica”.
También ha editado y prologado, entre otras, las antologías “Los mejores cuentos argentinos”, “La selección argentina”, “Cross a la mandíbula” y “Escritos con sangre”, compilaciones en las que reunió narraciones de, entre muchos otros, prestigiosos autores como Bernardo Kordon (1915-2002), Rodolfo Walsh (1927-1977), Angélica Gorodischer (1928-2022), Juan José Saer (1937-2005), Vicente Battista (1940), Rodolfo Fogwill (1941-2010), Liliana Heker (1943), Roberto Fontanarrosa (1944-2007), Juan Sasturain (1945) y Federico Andahazi (1963). Además, junto a la poeta, editora y docente universitaria Gabriela Franco (1970), bajo el título “Perón vuelve” compiló cuentos de autores argentinos como Tomás Eloy Martínez (1934-2010), Abelardo Castillo (1935-2017), Ricardo Piglia (1941-2017), Osvaldo Soriano (1943-1997), Ana María Shua (1951), Ángela Pradelli (1959) y Esther Cross (1961), por citar sólo algunos.
En 1998 publicó el libro de cuentos “Las griegas” y en 2002 “Lanús”, su primera novela, a la que le siguieron “Filo” y las narraciones juveniles “El equipo de los sueños”, “Springfield” y “Cómo cocinar un plato volador”. Más adelante publicó las novelas “Oscura monótona sangre”, “Boris y las mascotas mutantes”, “1982” y “Los últimos días de Julio Verne”, y el libro de cuentos “Los hombres son todos iguales”. Intercaladas con estas obras, publicó cinco novelas enmarcadas en el género policial, cuya protagonista es la periodista e investigadora Verónica Rosenthal. Se trata de “La fragilidad de los cuerpos”, “Las extranjeras”, “No hay amores felices”, “La mejor enemiga” y la recientemente publicada “Media Verónica”.
También ha editado y prologado, entre otras, las antologías “Los mejores cuentos argentinos”, “La selección argentina”, “Cross a la mandíbula” y “Escritos con sangre”, compilaciones en las que reunió narraciones de, entre muchos otros, prestigiosos autores como Bernardo Kordon (1915-2002), Rodolfo Walsh (1927-1977), Angélica Gorodischer (1928-2022), Juan José Saer (1937-2005), Vicente Battista (1940), Rodolfo Fogwill (1941-2010), Liliana Heker (1943), Roberto Fontanarrosa (1944-2007), Juan Sasturain (1945) y Federico Andahazi (1963). Además, junto a la poeta, editora y docente universitaria Gabriela Franco (1970), bajo el título “Perón vuelve” compiló cuentos de autores argentinos como Tomás Eloy Martínez (1934-2010), Abelardo Castillo (1935-2017), Ricardo Piglia (1941-2017), Osvaldo Soriano (1943-1997), Ana María Shua (1951), Ángela Pradelli (1959) y Esther Cross (1961), por citar sólo algunos.
En la última novela de la saga protagonizada por Verónica Rosenthal -una periodista de investigación que se lleva mal con la realidad argentina y es anarquista alejada de partidos políticos, según la define el autor- ella llega a conocer la historia de amor de su padre con Cecilia, una militante montonera hija de un militar. Precisamente sobre esta novela y sobre algunos aspectos de la situación socio-cultural de la actual Argentina se refirió Sergio Olguín en las entrevistas que concediera a Walter Lezcano publicada en la revista “Malas Palabras” que edita el Instituto por la Igualdad y la Democracia (IPID), y a Silvina Friera del diario “Página/12”, publicadas el 15 y el 20 de mayo de 2025 respectivamente, de las cuales se puede leer un compendio compaginado a continuación.
¿Cómo es sostener un personaje como Verónica Rosenthal a lo largo de cinco novelas?
Me cuesta terminar de escribir una novela porque tengo la sensación de que quiero seguir con ese personaje. Y nunca encontraba excusas para continuar, porque las novelas muchas veces se cierran sobre sí mismas. Con “La fragilidad en los cuerpos” me di cuenta que tenía un personaje adaptable a lo que el policial permite. Eso es algo que sucede tanto en la novela negra como en la novela policial tradicional. Todas pueden tener un personaje que se traslada de una historia a otra. Lo que encontré con Verónica y su entorno es que podían evolucionar. Mi intención es escribir diez novelas, y que Verónica supere los cincuenta años en la historia. Me interesa ver cómo reacciona un personaje femenino a esa edad.
El lugar del periodismo es importante en la saga.
Me interesa el periodismo
tanto a nivel de discusión teórica como práctica. Saber qué es hacer buen o mal
periodismo me interesa especialmente. Y decidí trasladar ese pensamiento a
Verónica Rosenthal. Es mi alter ego, al menos en temas periodísticos, porque
hay toda una serie de cambios que se dieron en los medios de prensa escrita,
que es la que yo más conozco. Ni hablar del mundo digital, marcado por la
precarización laboral. Ahora Verónica trabaja en un medio digital. Y ella se
resiste, por su manera de ser y porque viene de una familia burguesa.
La novela empieza en el
‘75 y me preguntaba si había un gesto tuyo de pensar la dictadura todavía en
presente.
Me interesan mucho los
‘70, la militancia, lo que significó la dictadura como corte de esas ilusiones
o sueños de esa generación. Esos sueños evolucionan de forma terrorífica con el
terrorismo de Estado, los desaparecidos, el exilio, la muerte, la traición. Es
un material riquísimo para cualquier escritor al que le interese la tragedia
como género. Ese período me interesa mucho. Pero, no tenía ganas de escribir
una novela sobre la dictadura, sino sobre el momento anterior: el año ‘75. Ese
año tiene una particularidad en la provincia de Córdoba, que funcionó como un
laboratorio sobre lo que iba a pasar a partir de marzo del ‘76. Y también ésta
es la historia de un hombre con valores muy ligados a la vida burguesa,
preparado para triunfar, que arriesga todo -su éxito social, personal,
familiar- por algo que nadie consideraría racional: el amor. El amor es
trágico, te ataca por emboscada. Te pasa algo y no entendés qué fue. A él le
pasa eso: le desarma todo.
Manejás esas dos cosas.
Por un lado, el género policial, y por otro, lo cargás de emotividad. ¿Cómo
nivelás esos materiales?
Para mí el género romántico
es lo más. Si pudiera, me dedicaría más a escribir novelas románticas que
policiales. Siempre estoy más preocupado por los afectos y las pasiones que por
el caso policial. Yo resolvería el caso en el primer capítulo, diría quién es
el culpable y listo, pasemos a lo importante: ¿de quién se va a enamorar
Verónica en esta novela? Eso, casi diría, es lo más importante.
¿Cómo trabajás para que
cada una de las novelas parezca nueva?
Lo que no quiero es que
las novelas tengan una estructura predeterminada. No hay fórmula. No es que en
el primer capítulo matamos a alguien, en el segundo aparece Verónica y en el
tercero tiene sexo con alguien. No. Cada historia te exige su estructura. Una
vez que tengo una historia en la cabeza, pienso: ¿cómo puedo contarla?
¿Cuáles son tus insumos al
momento de construir una buena prosa?
Hay algo que aprendí del
periodismo y me sirvió para la prosa literaria: buscar la limpieza. Una lengua
clara, entradora, atractiva, concreta. Eso que uno también encuentra en la
buena literatura, pero que es propio de una prosa periodística. Yo trato de
imitar, de emular esa prosa periodística. Y eso me obliga a trabajar mucho para
poder llegar a ese lenguaje, que para mí es claro.
¿Cómo es convivir con un
personaje?
Verónica aparece todo el
tiempo. Está latente, como un estado de mi cerebro que se cruza con otras
historias que quiero escribir. Desde que empecé con Verónica, escribí otros
libros que no tenían que ver con su universo. Pero, la idea de volver al
universo de Verónica es volver a un lugar en el que la paso muy bien. Disfruto
mucho de escribir. Si esa felicidad es reencontrarme con Verónica a mí me
encanta. No me resulta un sufrimiento.
Cecilia es una víctima de
la violencia política y familiar. ¿Esta cuestión estaba desde el inicio, cuando
empezaste a escribir la novela, o el clima de época, la reivindicación de la
dictadura que hace la vicepresidenta Victoria Villarruel, se metió en la
novela?
Una parte de la novela
transcurre a fines del ‘75, cuando todavía había democracia. Yo quería tomar
ese momento especial, fin del ‘75 en Córdoba, cuando ya se realizaban en la
provincia los mismos métodos de secuestros y torturas que en dictadura; es como
si te dijera que Córdoba fue el laboratorio de prueba para lo que se iba a
aplicar a partir de marzo del ‘76. Me interesaba ese momento porque quería
vincular la violencia intrafamiliar (Cecilia es víctima de esa violencia) con
la violencia política. Aunque la escribí en los primeros meses del gobierno de
Milei, trato conscientemente de que la realidad no se cuele en las novelas.
Intento trabajar con mi propia agenda, no con la agenda política del momento;
un autor de ficción tiene que ir más allá de la coyuntura, porque si no
terminás convirtiendo un texto literario en un panfleto. Vengo del periodismo y
si tengo algo que decir políticamente lo escribo en un artículo, en una
contratapa. No necesito trasladar eso a las novelas. Lo que pasa es que la
realidad se le cuela por todos lados. Uno no se da cuenta, pero vive tomando
decisiones políticas todo el tiempo. En el momento en que en todas mis novelas
policiales la que investiga es una periodista y no un policía, es una decisión
política también. Lo que no me gusta es traficar mi propio pensamiento de
manera burda en una novela.
¿Cómo se resignifica ahora
Verónica Rosenthal como periodista e investigadora en un contexto donde el
presidente Javier Milei ataca sistemáticamente a los periodistas y los acusa de
“ensobrados” o “pauteros”?
Hay un ataque hacia el
periodismo bastante inusual desde el poder, que no lo vimos nunca en la
Argentina con ningún signo político. Siempre los gobiernos han presionado para
sacar periodistas de los medios o para contar con el favor de algún periodista,
eso ha funcionado y te diría que es parte del juego democrático. Lo que nunca
se había visto es que este es un presidente que trata de tensar la cuerda para
ver hasta dónde puede llegar en su autoritarismo. Primero empieza con una
frase, que incluso puede resultar divertida, avanza con una frase más agresiva,
después dice algo más particular y da nombres y apellidos de periodistas y los
enjuicia. Si todo esto la sociedad lo va dejando pasar, va a llegar un momento
en donde habrá periodistas presos y atacados físicamente. Milei está moviendo
el límite de lo democráticamente aceptable. No se puede aceptar lo que está
haciendo el presidente con la prensa y con muchas otras cosas, me parece que se
ha salido del sistema democrático, aunque todavía entendemos que está dentro de
él. Nunca hay retroceso; él avanza siempre en su autoritarismo. No es menos
autoritario ahora que hace un año; al contrario, lo es mucho más. Este es un
gobierno que se dirige sin ningún límite hacia el fascismo con la ayuda de un
equipo que no le interesa la democracia; gente como Patricia Bullrich, como
Luis Petri, como Santiago y Luis Caputo hacen que este gobierno vaya hacia un
camino más autoritario. El periodismo también vive otro tipo de crisis, que
tiene que ver con pasar del mundo analógico al digital, y que significó la
pérdida del concepto de trabajo en equipo. Pero lo más grave es la
precarización laboral que se vive desde los años ‘90 para acá, que es cada vez
más alarmante porque las empresas periodísticas no se están haciendo cargo de
la situación.
Verónica sería una
periodista analógica, ¿no?
Sí. Verónica es un
personaje que me sirve para decir lo que pienso sobre el periodismo. Yo tenía
la fantasía de ser periodista de investigación, pero siempre fui periodista
cultural, que es la rama en donde no hay mucho para investigar. Cuando era
joven, quería ser un periodista de esos que descubren grandes verdades, pero en
un momento me encontré hablando de escritores franceses (risas). Entonces me
hace muy feliz trabajar el personaje de Verónica, que es una periodista que
investiga, y convertirla en una persona muy anacrónica que odia la idea de
tener redes sociales (no tiene ninguna). Me gusta esa cosa de poder meter en el
pensamiento de Verónica no solo lo que pienso, sino lo que piensan mis maestros
en el periodismo, como el propio Carlos Ulanovsky, a quien está dedicada la
novela.
En la novela se evidencia
la connivencia entre los abogados y el poder político. En el estudio Rosenthal,
hay un abogado que fue colaboracionista con la dictadura. ¿Qué te interesaba
explorar de esta figura?
En todas las novelas, el
estudio Rosenthal está conectado con el poder, un poder vinculado con los
sectores más reaccionarios del país. Lo que nadie sospechaba es el pasado distinto
de Aarón, un personaje que para definirlo suavemente es un conservador. Los
sectores civiles fueron cómplices y promotores de la dictadura; empresarios,
abogados como Iñíguez en la novela, sindicalistas e incluso políticos, han
continuado indemnes en democracia. En los años ‘80 y ‘90 hemos seguido
conviviendo con gente que ha sido muy importante para la dictadura y que por lo
tanto tendrían que haber sido castigados por la justicia. Pero no ha ocurrido
ni va a ocurrir.
¿Por qué aparece con mucha
fuerza en la novela que el poder militar, además de secuestrar, torturar y
matar, robó bienes y propiedades de sus víctimas?
El robo económico es un
tema importante; pero ante la cantidad de atrocidades cometidas por los
militares y sus cómplices durante la dictadura que se hayan quedado con el
dinero que tenía guardado como ahorro en su casa una víctima o lo que fuera
parece menor. La dictadura también era una forma de robo de la manera más
vulgar y torpe que uno puede imaginar. Me pareció que estaba bueno que eso se
reflejara porque también ahí, en esa cosa tan pequeña, es donde se ve el grado
de salvajismo que significa una dictadura. Que no va solo por los cuerpos y las
mentes de las personas, sino que también va por sus bienes más pequeños; una cosa
que iguala a las dictaduras con los ejércitos de ocupación, que cuando llegan a
un país se roban todo lo que hay adentro de un museo. Algo parecido a lo que
quiere hacer este gobierno, que todo el tiempo está tratándonos como si fuera
un ejército de ocupación y busca quedarse con lo que puede de los argentinos.
Ahora están yendo por los dólares que están en los colchones; cambian los
métodos, cambian las formas, pero el fin es el mismo: quedarse con todo lo que
tiene la gente.
En “Media Verónica” emerge
la cuestión de la muerte digna, un debate que nos debemos como sociedad porque,
aunque no está permitida, muchas veces en los hechos funciona, ¿no?
En el momento en que
decidí que Aarón iba a morir, pensé que él elegiría cómo hacerlo por el tipo de
personalidad que tenía. El fin de la vida muchas veces es terrible, incluso
para gente muy poderosa. Una persona como Aarón Rosenthal, con un alto sentido
de la dignidad, elegiría una muerte digna; otros personajes muchos más jóvenes,
en situaciones de una degradación del cuerpo, también aceptarían una muerte
digna. Siempre que un médico dice sobre un paciente “no pasa de mañana” es
porque no quiere que pase de mañana, porque le cambia la medicación que lo
mantiene con vida. Por lo que me contó un amigo médico, lo que hacen es subirle
un poco la dosis de morfina, que da una sensación de tranquilidad y de
saciedad, pero que en realidad provoca deshidratación... La gente tiene que
poder decidir cómo morir.
¿Cómo ves estos dos años
de gobierno?
Me parece que han
demostrado una inteligencia muy maligna, y es que lograron dividir la lucha.
Entonces, todos están preocupados básicamente por lo suyo.