10 de junio de 2025

La historia se repite en una Argentina cada vez más sombría. ¿Es una tragedia o una farsa?

Los años ’70 fueron, políticamente hablando, realmente muy turbulentos. Eran frecuentes los toques de queda para amedrentar, controlar y reprimir a la población civil. Mientras una parte de la clase trabajadora expresaba su combatividad contra el estancamiento de las industrias, el desarrollo distorsionado, el creciente desempleo y la mayor subordinación al capital extranjero mediante la organización de Coordinadoras Interfabriles en el conurbano y en varias ciudades del interior, otra parte de los trabajadores, entre confundidos y golpeados, seguía las directivas de la titubeante y burócrata estructura sindical oficial, la CGT. Esa debilidad de la dirigencia gremial no hizo más que demostrar que, a pesar de proclamar la defensa de los intereses de los trabajadores, a lo largo de los años sus dirigentes se vendieron a las patronales y a los distintos gobiernos que respaldaron los intereses de las grandes empresas oligopólicas tanto nacionales como extranjeras.
Fueron años en los que los capitales internacionales, con el apoyo de los organismos financieros internacionales, presionaron sobre el gobierno de turno para alentar reformas estructurales con el objeto de instaurar un nuevo proceso de especulación financiera, de legislación sobre inversiones internacionales y de endeudamiento externo, disposiciones todas ellas que afectarían insidiosamente al país, con altibajos y matices, durante los años siguientes. Durante los años ’60, los sucesivos gobiernos tanto civiles como militares, habían buscado salir del estancamiento económico impulsando las ideas del desarrollismo, esto es, pasar de una economía agroexportadora a una economía industrial. Y para lograrlo, decidieron darles un lugar protagónico a los capitales extranjeros sin considerar quién controlaría la explotación de los recursos, hacia dónde se destinarían las ganancias o cual sería el nivel de endeudamiento del país.
Resultó más que evidente que Estados Unidos había participado directamente en la planificación del golpe militar de marzo de 1976 junto a la burguesía argentina para instaurar la economía neoliberal. La dictadura destruyó el tejido social de la sociedad desarticulando las fuerzas populares y dándole un lugar privilegiado a los capitalistas para mejorar las condiciones de inversión y las garantías sobre el futuro de sus empresas. Esto no hizo más que demostrar que la Argentina había pasado de ser una semicolonia inglesa a ser una semicolonia estadounidense. La oligarquía vernácula y sus socios foráneos pasaron a dominar de cabo a rabo las riquezas del país. La desnacionalización de la economía, el aumento de la pobreza, del desempleo, de la economía informal y la tutela directa de Washington, la definían claramente como parte del llamado Tercer Mundo. También implicó el fin de los partidos tradicionales de izquierda como referentes políticos, menos el Partido Comunista, que vergonzosamente saludó la llegada de los militares al poder brindándoles un apoyo táctico y llamando a una convergencia cívico-militar, ya que consideraba que el rumbo elegido por el gobierno dictatorial era el camino adecuado para ganar la paz y encontrar las soluciones económicas, políticas, sociales y culturales que el país necesitaba.


A pesar de que alrededor de un centenar y medio de sus militantes fueron asesinados y desaparecidos por la dictadura, el PC consideró el golpe como válido. En sucesivos documentos que publicaron por entonces, hicieron un reconocimiento de las justificaciones iniciales del pronunciamiento militar y los objetivos que la flamante dictadura se adjudicaba, utilizando una fraseología antiguerrillera similar a la de los militares: “Es conocido nuestro punto de vista sobre las actividades de la supuesta ultraizquierda, que siempre repudiamos; la guerrilla se combate suprimiendo las causas sociales que la generan”. Y en su periódico “Tribuna Popular” recalcaba que “el terrorismo de ultraizquierda está inspirado en el trotskismo y el anarquismo y sus adherentes están animados por la impaciencia de los sectores pequeñoburgueses”.
Por eso no resultó llamativo que cuando la Junta Militar dictó una ley que disolvía o declaraba ilegales numerosas organizaciones políticas, sindicales y estudiantiles socialistas, el PC no fuera incluido en esa lista. Ni tampoco resultó extraño que en una publicación oficial del Partido se afirmara enfáticamente que compartían el “programa liberador” de la Junta Militar, la que afirmaba que no habría “soluciones fáciles, milagrosas o espectaculares”, por lo que no pedía “adhesión sino comprensión”. “La tiene”, le contestaron desde el PC mediante un comunicado.
Pero tiempo antes del golpe, fueron numerosos los crímenes cometidos por la ultraderecha peronista de la Triple A, la que fue responsable del secuestro y asesinato de unas dos mil personas. Los cuerpos de algunas de ellas fueron arrojados en el Riachuelo. Fue una época terrible. Militantes de organizaciones revolucionarias, dirigentes juveniles, líderes sindicales, periodistas, sacerdotes tercermundistas, abogados de presos políticos, todos ellos fueron víctimas de una carnicería sólo superada por la posterior dictadura cívico-clerical-militar.
Bajo el mando del ministro de Bienestar Social peronista José López Rega (1916-1989), oficiales de las Fuerzas Armadas, policías federales activos o dados de baja por antecedentes delictivos, agentes de inteligencia, delincuentes de frondoso pasado, matones sindicales dirigidos por la conducción central del sindicalismo, miembros de la Juventud Sindical Peronista, de la Juventud Peronista de la República Argentina y civiles del sector ultraderechista del peronismo que cumplían funciones burocráticas, conseguían armas en el extranjero, editaron revistas y se encargaron de la “depuración ideológica” del peronismo bajo la consigna “el mejor enemigo es el enemigo muerto”.
Con total impunidad, con el visto bueno primero de Juan D. Perón (1895-1974) hasta su muerte, y luego con mayor intensidad bajo la presidencia de su esposa, María Estela Martínez (1931), la ex bailarina de cabarés que había conocido en Panamá durante su exilio en ese país tras el golpe militar que lo había derrocado en septiembre de 1955, la Triple A siguió la consigna que Perón había pregonado un año antes de su muerte: cuidado con “sacar los pies del plato”, porque entonces tendremos el derecho de “darles con todo”. Y así lo hicieron. Bajo el liderazgo de los comisarios Alberto Villar (1917-1974) y Luis Margaride (1913-2001) se formó ese escuadrón de la muerte que, financiado por la logia italiana Propaganda Due y apoyado por la CIA, asesinó a cientos de militantes de izquierda, estudiantes, sindicalistas, artistas, sacerdotes y seminaristas.


Para alguien que ha vivido su adolescencia y su juventud en medio de esa horrenda atmósfera, resulta casi inevitable no vincular esa violencia con un presente signado por la crueldad y la brutalidad levadas adelante por las   fuerzas de seguridad bajo el mando de la ministra Patricia Bullrich (1956), una cortesana que cuenta con un extenso prontuario signado por la violencia como forma de hacer política durante su paso como militante en la Juventud Peronista y su posterior participación en la organización guerrillera Montoneros, hasta sus múltiples actuaciones en distintos partidos políticos desde 1993. Hoy más que nunca, su accionar como Ministra de Seguridad está caracterizado por la represión, la criminalización de la protesta y el desprecio por los derechos humanos, acciones todas ellas que pretende, con un exacerbado cinismo, ocultar con incoherentes mentiras y sandeces.
El emperador romano Marco Aurelio (121-180), dijo alguna vez que el que haya mirado con detenimiento el presente ha visto todas las cosas: las que ocurrieron en el holgado pasado y las que ocurrirán en el porvenir. ¿Será realmente así? El inquieto pasado está vigente, eso es seguro, pero ¿el porvenir? ¿No están ocurriendo cantidad de barbaridades en el mundo como para no ser pesimista en cuanto al futuro? ¿O acaso no hay devastadoras guerras, una proliferación desvergonzada de la corrupción de las clases dirigentes, unos desastres medioambientales cada vez más calamitosos y un aumento descomunal de la concentración de la riqueza y de la desigualdad social producto del mezquino sistema económico predominante? ¿Se pueden tolerar las idioteces y mentiras de los políticos? ¿No asquearse de la insaciable codicia de los ricachones? ¿No desilusionarse por la falta de conciencia social para establecer relaciones de empatía entre personas de diferente condición económica, racial o ciudadana? ¿No fastidiarse por el contrabando y el narcotráfico encubiertos por la corrupción de las fuerzas policiales?
Allá por 2008, el economista y filósofo francés Guy Sorman (1944) en su obra “L’économie ne ment pas” (La economía no miente), afirmaba con total descaro que “el capitalismo ha alimentado un gran avance de las clases medias”, o “en los últimos años el mundo ha experimentado un espectacular avance hacia la desaparición de la pobreza”, o “según los datos que tenemos disponibles podemos ver que aumenta el bienestar y las soluciones de mercado sí funcionan”, o “sólo existe una economía, el capitalismo de mercado, la economía liberal triunfante que muchos aún deploran pero que nadie puede negar”, entre otras irracionales insensateces que fueron las que proliferaban en boca de las hordas oligárquicas que sólo miraban sus cada vez mayores patrimonios sin importarles un bledo la desdichada situación de la mayoría de las personas. ¿Economista?, ¿filósofo?, más bien un desvergonzado embustero al servicio de esas camarillas. Cabría recordar al escritor italiano Giovanni Papini (1881-1956) -católico converso él y adherente al fascismo- quien en 1921 en su “Il libro nero” (El libro negro), en un rapto de franqueza aseguraba que los elogios a la liberalidad no eran más que un pobre disfraz de la avaricia.
O recordar al escritor uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015) quien, en una entrevista, ante la pregunta ¿por qué a las teorías económicas del neoliberalismo se las considera teorías morales, previsiones casi inexorables?, respondió: “probablemente es el resultado del fracaso de otras experiencias. El hecho es que hoy hay una casi unanimidad sobre ciertas cosas que son profundamente falsas. Por ejemplo, la identificación de la libertad humana con la libertad que otorga el dinero. La experiencia histórica demuestra que la libertad del dinero es por lo general enemiga de la libertad de la gente. Cuanto más libre es el dinero, tanto más oprimida está la gente. Otra mentira es la necesidad de privatizar el Estado. El Estado no debe ser privatizado sino más bien desprivatizado, esto es transformarlo en la expresión del interés público y no en un instrumento utilizado por gente que transforma los derechos de los ciudadanos en favores del poder”.


Es inevitable recordar estas reflexiones ante la realidad socio-económica que vive la Argentina de hoy de la mano de Javier Milei (1970), un individuo que presenta claros signos de desequilibrio psicológico en sus acciones y declaraciones, al que compaña un séquito de fanáticos que mediante el uso de las redes sociales promueven y propagan las calumnias, las agresiones, el acoso y el odio hacia quienes consideran enemigos. Alguna vez el funesto presidente, de notorios rasgos autoritarios, ha aseverado que “el liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión y en defensa del derecho a la vida, la libertad y la propiedad privada”. Por supuesto nunca dijo una palabra sobre que el liberalismo exacerba el individualismo, desata la codicia, la corrupción y destruye socialmente a las comunidades. Es muy evidente que la aplicación de políticas neoliberales dentro de un fenómeno basado en el aumento continuo de la interconexión entre las diferentes naciones del mundo en el plano económico, político, social y tecnológico, está provocando una desmesurada concentración de la riqueza, el hiper desarrollo del capital especulativo, la profundización de las desigualdades sociales, un funesto daño ecológico y un atroz aumento de la pobreza en buena parte del mundo.
¿Acaso no son todos estos síntomas de la decadencia del capitalismo que ya ni siquiera puede garantizar el bienestar para los sectores medios de la población mundial? ¿Acaso no es creciente la pauperización de este sistema económico? El conflicto básico, como lo ha sido siempre pero hoy más que nunca debido a la globalización financiera, es un conflicto entre las distintas clases sociales, entre las clases dominantes y las clases populares. Ante cada crisis la oligarquía construye una explicación atribuyendo las defecciones del sistema a simples errores pasajeros que pueden solucionarse mediante severas medidas transitorias, pero siempre sin profundizar en si esas anomalías tienen que ver con el funcionamiento natural del capitalismo y que para evitarlas debería pensarse en otro sistema de producción y de distribución. Es más que evidente que la gran dependencia de las políticas tanto del FMI como el Banco Mundial, garantes principales de las políticas impulsadas desde los Estados Unidos, llevan a la vulnerabilidad de la economía argentina impulsando un creciente proceso de desregulación y apertura al libre movimiento de capitales y generando un creciente endeudamiento y fuga de capitales que no hacen más que renovar el ciclo vicioso de concentración de la riqueza y extensión de la pobreza.
La corrupción en el poder genera a cada instante más fastidio y rencor, y los pequeños logros individuales sólo calman momentáneamente el dolor que siente cada persona, ya que las jerarquías económicas y sociales no se modifican y el sometimiento y la humillación permanecen incólumes. Sería indispensable entonces romper la dictadura de los tecnócratas que avasallan desde el poder, la conjura de los necios que asuelan desde los medios y la ignorancia de los lúmpenes que traicionan desde las bases, para transformar esta democracia puramente formal que sólo abastece a las clases dominantes, en una democracia inequívocamente popular que atienda las necesidades de todas las personas.


Está claro que los artífices de la globalización, que todo lo someten al espíritu mercantil y monetarista, están profundamente interesados en mantener a muchos países en ese estado de miserable postración del que sacan jugoso provecho. Decía el novelista inglés Graham Greene (1904-1991) que “la muerte es el único valor absoluto en el mundo. Basta perder la vida para no perder nunca nada más”. Tal como se vive hoy en día, más temprano que tarde, los argentinos van a perder la vida, pero no sólo como individuos sino como sociedad organizada; y eso también es un valor, si no absoluto, al menos primordial. Los síntomas ya están a la vista.
Por último, más que esperar en condiciones paupérrimas los resultados de promesas que jamás se cumplirán, aguardando en vano la redistribución de la riqueza y el funcionamiento de la justicia, ¿es muy insensato pedir que se tornen más decentes las vidas de los jubilados, los desocupados, los marginales, los excluidos? Ya es tiempo de darle a esas vidas un verdadero sentido, enmarcado por la dignidad y los derechos, y libre de los caprichos de quienes engañan y se enriquecen con el esfuerzo y la resignación de los ciudadanos. ¿O acaso es muy insensato esperar que se los trate con respeto? Con respecto a los gobernantes -todos-, vale recurrir al filósofo alemán Georg Lichtemberg (1742-1799): “Daría cualquier cosa por saber verdaderamente en provecho de quién se han realizado los actos que se proclama haber hecho por la patria”. En cambio, para referirse a lo que pasa con el pueblo, vale recurrir al escritor argentino Roberto Arlt (1900-1942): “En realidad, uno no sabe que pensar de la gente. Si son idiotas en serio, o si se toman a pecho la burda comedia que representan en todas las horas de sus días y sus noches”.
Es evidente que en ambos casos ya es hora de cambiar: que los honestos reaccionen para que los corruptos dejen de gobernar. A lo mejor es sólo un sueño, pero, en ese caso, vale la pena recordar el pensamiento de Rigoberta Menchú (1959), embajadora de los pueblos indígenas del mundo en la UNESCO y ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1992: “Creo que la cosa más bella de la vida es tener ideales, utopías. Pienso que soñar una sociedad más justa y más libre y luchar por la libertad de un pueblo es algo muy grande que le da un sentido a la vida y a la comunidad. No sé si algún día llegaremos a ver la paz soñada, a sentirla, a hacerla conocer a nuestros hijos. De todos modos, vale la pena soñar”.

6 de junio de 2025

Mireille Fanon: “El capitalismo está fundamentalmente basado en la deshumanización de parte de la humanidad”

Indudablemente, uno de los intelectuales más influyentes en el pensamiento anticolonial a nivel mundial fue Frantz Fanon (1925-1961), el psiquiatra y filósofo antillano francés que en obras como “Peau noire, masques blancs” (Piel negra, máscaras blancas) y “Les damnés de la Terre” (Los condenados de la tierra) habló sobre la psicopatología de la colonización y las consecuencias humanas, sociales y culturales de la descolonización. La gran heredera de sus luchas contra el racismo y el colonialismo es su hija Mireille Fanon (1953), una jurista y activista antirracista francesa que se desempeñó durante años como profesora de Literatura y Didáctica en la Université Paris V René Descartes (Universidad París V René Descartes) y de Derecho Internacional y Resolución de Conflictos en la University of California, Berkeley (Universidad de California, Berkeley).
También ha trabajado en la UNESCO -United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization- (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) y en la Assemblée Nationale (Asamblea Nacional), ambas con sede en París, Francia, entidades en las cuales centró sus tareas sobre los afrodescendientes. Actualmente organiza y difunde el legado de su padre a través de la Fondation Frantz Fanon (Fundación Frantz Fanon), un organismo que lucha a nivel global contra la lógica mortífera del capitalismo liberal, por la dignidad de los pueblos cuyas voces son proscritas cuando se movilizan por sus derechos inalienables, por el respeto de su cultura y por el fin del racismo institucional.
Incansable defensora de la justicia social, en 2020, frente al Conseil de l'Europe (Consejo de Europa) -un organismo internacional con sede en Estrasburgo destinado a promover la configuración de un espacio político y jurídico común en el continente europeo, sustentado sobre los valores de la democracia, los derechos humanos y el imperio de la ley- solicitó una nueva Declaración Universal de los Derechos Humanos, reformulada para que dejase de reflejar una definición eurocéntrica de los seres humanos. Además, como miembro de la junta directiva de la Union Juive Française Pour la Paix (Unión Judía Francesa por la Paz), expresó su solidaridad y su apoyo al Estado de Palestina.
Ya en 2024, pronunció un discurso en la Winterskool oor Dekolonialiteit (Escuela de Invierno sobre Decolonialidad), organizada por la Universiteit van KwaZulu-Natal (Universidad de KwaZulu-Natal) en Durban, Sudáfrica; y luego hizo lo propio en el marco de la Conferência da Diáspora Africana nas Américas (Conferencia de la Diáspora Africana en las Américas), celebrada en Salvador de Bahía, Brasil. En ambas intervenciones manifestó que -como decía su padre- cada generación debía conocer su misión en un contexto de incertidumbre y debía tomar la decisión de cumplirla o traicionarla. “Para mí -expresó- esto no es sólo una misión, es un deber, una obligación ética, epistemológica y metafísica. No renunciar a la solidaridad política internacional es una necesidad ineludible, es una forma de preservar la dignidad de las personas que están siendo masacradas por genocidios y crímenes contra la humanidad. Es un deber inexcusable, no es negociable”.
También ha visitado en varias ocasiones distintos países de América Latina y, en el pasado mes de abril, ha recorrido la región patagónica de la Argentina con el objetivo de conocer la realidad del pueblo mapuche y elaborar un informe sobre las situaciones que actualmente se viven en Neuquén, Rio Negro y Chubut, una actividad que ya había realizado en Chile cuando visitó distintas comunidades mapuches en el sur de ese país. En una conferencia brindada en la localidad rionegrina de El Bolsón, abordó el tema de la discriminación racial, la expulsión territorial y la criminalización que pesa sobre el pueblo mapuche. Para Mireille Fanon, la colonización fue el origen de los conflictos territoriales tanto en América como en Medio Oriente o en África. “Los colonizadores cometieron genocidio -manifestó-. Mirando la historia del sistema colonial en esas regiones, podemos decirlo. Eso no está en duda. Y el genocidio se mantiene no sólo en Palestina, en la República Democrática del Congo, en Yemen y en otros países de África, usando otros métodos para eliminar a gente que molesta. Aquí es con el pueblo mapuche”.
“El genocidio puede ser la matanza masiva, desproporcionada e intencional -señaló-, pero también es forzar de manera violenta a que la gente abandone su territorio. Esto que sucede con el pueblo mapuche se aplicó en Palestina durante la primera y segunda Intifada y hoy pasó a ser una masacre”. Y relacionó la ambición capitalista por el territorio y los recursos naturales: “En Palestina hay agua y gas, por eso se llega a la situación actual, como aquí con el pueblo mapuche donde se violan derechos elementales, porque negarles el agua es una manera de expulsarlos de sus tierras y de sus vidas”. Y agregó: “La voluntad de Occidente de expandir su modernidad no tiene límites, aunque haya una ONU que previene las guerras, preserva la paz y resguarda el respeto entre todos los Estados pequeños y grandes, hay algo común desde el inicio del proceso, por eso hay que volver a la historia de la colonización. Tenemos que entender que, en el mundo, el sistema colonial instaló la cuestión racial y no hay posibilidad de concretar el sistema capitalista sin racismo. A la inversa: tampoco puede existir racismo sin capitalismo”.
Y específicamente en cuanto a la situación del pueblo mapuche, consideró que no era consecuencia del genocidio perpetrado entre 1878 y 1885 por la llamada Conquista del Desierto o Campaña del Desierto llevada adelante por el Ejército Argentino bajo el mando del Teniente General Julio Argentino Roca (1843-1914): “Los pueblos indígenas, como los africanos y afrodescendientes, somos víctimas en todo caso de las consecuencias de la colonización iniciada en 1492. Esto se sistematizó y se radicalizó en el siglo XIX. Pero la doctrina de los descubrimientos trajo la esclavitud, así es como todo empezó. Los países lograron su independencia, pero los sistemas coloniales siguen intactos”.
En una entrevista a cargo de la periodista chilena Paula Huenchumil Jerez publicada en el sitio web “Interferencia” en noviembre de 2024, manifestó: “La colonización es algo que sigue con sus manifestaciones contemporáneas. Nos han enseñado que las 'grandes exploraciones' fueron un periodo floreciente, etc., porque fue el inicio del capitalismo, y el capitalismo está fundamentalmente basado en la deshumanización de parte de la humanidad. No podemos luchar contra el capitalismo sin luchar contra el racismo. Los países occidentales que promueven la modernidad eurocentrada son racistas, porque esta modernidad está basada en el racismo y el elitismo intelectual, que niega la existencia de otras culturas. A partir del momento en que niegas la existencia de otras culturas, eres un país racista. Y desafortunadamente, la izquierda también es responsable de no haber tomado esta cuestión en serio, de luchar contra el capitalismo sin luchar contra el racismo”.
El 2 de junio del corriente año, el diario “Página/12” publicó una conversación entre la jurista francesa y la periodista argentina Patricia Chaina. En ella expresó que “en los últimos años, hemos sido testigos del ascenso de figuras de extrema derecha en varios países. En cierto modo, debemos reconocer que este fenómeno es un reflejo de la desidia de las personas hacia la política y, en particular, hacia el futuro de sus países. No les importa. Esta apatía se ve alimentada por los grandes medios de comunicación, que deciden qué se puede pensar, leer o escribir. Controlan todo. Con ello, se borran las capacidades críticas de las personas; es uno de los objetivos del sistema. Es crucial que seamos conscientes de esto y denunciemos este lavado de cerebro, entendiendo que estas figuras populistas no surgen de la nada”.
Y añadió: “Observamos que el sistema financiero, de alguna manera, atraviesa un período de inestabilidad. Para este sistema, la única salida es organizar una guerra contra el pueblo, pero también anular la capacidad crítica y analítica de la población, ya que eso les permite manipular a su antojo. Esto es esencial para el sistema financiero y el liberalismo, que requieren esta falta de crítica para operar. Manipulan los números, juegan con las estadísticas y siembran la corrupción en ciertos países, utilizando instituciones como el FMI o el Banco Mundial y condicionando los acuerdos económicos. Se aprovechan de la arrogancia y el cinismo de aquellos que firman estos acuerdos. Aunque esto no es nuevo, ha alcanzado un nivel de paradoja, cinismo y arrogancia sin precedentes, dado que el sistema se siente amenazado y está visiblemente nervioso ante esta situación. Han aplicado todas las recetas posibles para despojar a los pueblos de su dignidad y criminalizarla. Esto representa un peligro para todos nosotros, especialmente para los activistas que se oponen a estas políticas. La necesidad de organizar una red de solidaridad internacional sólida es apremiante”.
El tramo final de la entrevista puede leerse a continuación.
 
En el contexto del actual gobierno nacional alineado a la derecha internacional, ¿cómo evalúa el proceso de reivindicación identitaria y territorial del pueblo mapuche en la Argentina?
 
El gobierno de Milei continúa la política instalada desde el siglo XV, con picos trágicos en los diferentes genocidios, acaparando tierras y saqueando recursos naturales. Estos eventos atraviesan la historia de los pueblos indígenas, particularmente del pueblo mapuche en Argentina y Chile. Pero esto pasó y sigue pasando en África. Ese momento inaugura esta política fundada en el racismo y sostiene la guerra institucionalizada y permanente contra los pueblos que molestan. Lo vemos hoy contra las personas que resisten o denuncian políticas de explotación, criminalización o represión, en todo el mundo. Si queremos lograr la recuperación identitaria y territorial, nos desgastamos si lo hacemos cada uno desde su lugar. Nos cansamos los unos y los otros, de preguntar, de pedir reparación porque los crímenes contra la humanidad sean condenados por lo que son, nos gastamos haciéndolo así, en forma aislada.
 
¿Qué sugiere entonces?
 
Me pregunto si quienes compartimos esta historia trágica no deberíamos unir nuestras luchas. Pedir la reparación, la reivindicación y la restitución del conjunto de los territorios robados por los colonos, a los que hoy representa el Estado de los colonizadores. Las luchas aisladas llevadas solo por los pueblos a los que esto les concierne, considerando la topadora que es el sistema capitalista liberal y la militarización que estos gobiernos usan actualmente, están destinadas de una cierta manera al fracaso.
 
¿Cómo podría fortalecerse la lucha por estos reclamos?
 
En un proceso de desigual relación de fuerzas, si no cambiamos eso no llegaremos nunca a hacer escuchar el derecho que nos concierne. Más que analizar individualmente las reivindicaciones del pueblo mapuche, habría que pensar en algo a la vez local, pero también internacional, global, junto con otros pueblos involucrados en estos procesos.
 
¿Por qué cree que la justicia argentina, en general, desestima la voz del pueblo mapuche al aplicar jurisprudencia sobre conflictos territoriales que los involucra o tergiversa, engaña o miente al enunciar los casos que toman estado público?
 
Es que la relación de fuerzas no está favor del pueblo mapuche. Cuando hay jurisprudencia que no se respeta, no sirve la jurisprudencia. Es algo que olvidamos porque se institucionaliza la represión. La voz del pueblo mapuche, la mayoría de las veces es escuchada desde una posición que los subestima. El problema es que los argentinos son, a propósito del pueblo mapuche, la mayoría y en el mejor de los casos, paternalistas, pero desde una superioridad colonial. Caso contrario son racistas. Entonces, ¿cómo un pueblo ancestral puede hacerse escuchar si la supremacía blanca domina todos los niveles, sea jurídico o cultural? En los mejores casos el mapuche se convierte en atracción turística y en los peores casos en un pueblo a eliminar, criminalizar, encarcelar o matar. Esto es un sociocidio, un etnocidio y es efectivamente un terricidio. Porque quien dice pueblo mapuche dice tierras ancestrales, y son esas tierras las que interesan en lo más alto a las transnacionales, al gobierno y a los latifundistas.
 
En El Bolsón, al explicar que el problema tiene una raíz común y viene de la colonización, apuntó a la “cuestión racial” instalada por el capitalismo para sostener su existencia. A la inversa -sostuvo-, tampoco puede existir racismo sin capitalismo, y para confirmarlo trajo a su padre a escena.
 
Fanon -quien era médico psiquiatra-, trataba de hacer entender que en salud mental no es sólo necesario tratar a la persona. Si no se trata el contexto social, la persona no va a mejorar. Primero hay que entender cómo funciona el contexto político y social e identificar los lugares disfuncionales.
 
¿Dónde se podrían identificar hoy estos lugares disfuncionales?
 
En los diferentes tipos de violencia que enfrentamos. En particular en la negación de la justicia. Le pasa al pueblo mapuche, al palestino y a otros todavía colonizados. Hay que identificar el tipo de alienación al que nos someten y no tener miedo a intentar resistir a esa alienación. No tenemos nada que perder al resistir porque el sistema intenta matarnos. Al pueblo mapuche, a la gente negra o palestina, en todo el mundo, a la gente racializada, pobre, marginada. El sistema busca tener gente que “no vale”, que desestima su propia existencia. Si no ponemos sobre la mesa al genocidio, el sistema va a seguir usándolo para controlarnos, para infundir miedo. Pero si lo ponemos sobre la mesa tenemos que pedir reparación. Y para nosotros en la fundación Frantz Fanon, esto no significa compensaciones monetarias individuales, sino un proceso decolonial colectivo. La colonización quebró la percepción de alteridad, de un otro, de intersubjetividad colectiva de la humanidad. Por eso la reparación busca reconstruir ese sentido de humanidad y alteridad. Y aunque las autoridades nieguen la aplicación de justicia, usar la justicia para que el derecho positivista quede arrinconado y juguemos con lo que podamos torcer dentro del sistema judicial para avanzar.
 
¿Estima posible que pueda darse un Estado Plurinacional, pensando en procesos como el boliviano?
 
Del Estado Plurinacional boliviano no conozco lo suficiente. Pero en el estado actual del capitalismo no creo que se pueda hablar de un Estado Plurinacional porque la política capitalista se funda en favorecer la dominación sobre otros pueblos. Lo plurinacional no es compatible con el capitalismo. Si uno mira los acuerdos del ‘67 por Palestina, ve que hoy ni siquiera se plantea un Estado Palestino porque la voluntad del Estado israelí es un genocidio al conjunto del pueblo palestino, para eliminar el problema. En el estado actual del mundo con las relaciones de fuerza que se están dibujando, con la fachización del mundo, me pregunto qué quiere decir un Estado Plurinacional. Es una pregunta filosófica, filopolítica. Aunque el capitalismo dejara de existir, un Estado Plurinacional no sería el final de la dominación. Porque plurinacional es un hecho pensado por los blancos dominantes, como “interculturalidad”. Integran mandatos que enmascaran deseos coloniales de apropiación de procesos culturales de los pueblos que resisten. Mi apuesta es al derecho de los pueblos de disponer de ellos mismos. A su soberanía. Y a pensar juntos puede ser. A otra definición de lo que podría ser la humanidad, el humano, en un marco de ruptura total con el capitalismo y la modernidad eurocentrada. Así podríamos pensar una estructura plurinacional, ontológica y epistemológica. Por ahora son inducciones paradójicas del mundo blanco, con las cuales el mundo blanco sabe perfectamente jugar.