24 de octubre de 2025

Acerca de Borges y Cortázar (3/3)

Cortázar sobre Borges (y viceversa)

Puede decirse que la relación entre Borges y Cortázar estuvo signada por la ambivalencia. Si bien hubo cierto respeto mutuo en lo referido a sus respectivos escritos, algo que se puso de manifiesto en muchas ocasiones, y de haber entre ellos algunas coincidencias existenciales, también mantuvieron posiciones diametralmente opuestas en sus concepciones políticas e ideológicas. Pero, como quiera que fuese, sus vidas se cruzaron considerablemente al ser ambos amantes del relato breve, exponentes privilegiados de las letras argentinas y grandes paradigmas de la literatura fantástica latinoamericana. Con quince años de diferencia (Borges nació en 1899 y Cortázar en 1914), ambos llegaron a ser dos de los escritores más importantes del siglo XX con sus obras colmadas de simbolismos, enigmas cotidianos, metáforas, acertijos y la fusión entre la realidad y la ficción. Y también coincidieron en su amor por las bibliotecas, algo de lo que Borges habló muchas veces recordando la de su padre y la importancia que tuvo en su proyección como escritor, y Cortázar reconociendo en varias entrevistas que una de sus mayores aficiones era “acumular” libros ya que su desbordado amor por la lectura le había permitido desarrollar su imaginación y madurar su lenguaje para escribir. Tras sus fallecimientos, sus bibliotecas personales fueron donadas, en el caso del autor de “Elogio de la sombra”, a la Fundación Internacional Jorge Luis Borges de Buenos Aires por su esposa María Kodama (1937-2023), y en el caso del autor de “Rayuela”, a la Fundación Juan March de Madrid por su esposa Aurora Bernárdez (1920
​​​-2014).
También hubo otros puntos de contacto entre los dos cuentistas argentinos. Uno de ellos tiene que ver con los motivos que inspiraron los cuentos “El sur” de Borges, y “La noche boca arriba” de Cortázar. Borges lo escribió evocando un accidente que había sufrido en la Nochebuena de 1938 cuando iba a buscar a una amiga para invitarla a cenar. Tras comprobar que el ascensor no funcionaba, al subir por la escalera se cortó la cabeza con un ventanal que había quedado abierto. La herida se infectó, sufrió una septicemia y tuvo que pasar casi un mes internado al borde de la muerte. Es el mismo accidente que sufrió Juan Dahlmann, el protagonista del cuento, quien un día se golpeó la cabeza con el borde de una ventana que alguien había dejado abierta y, después de ocho días de fiebre, fue llevado a un hospital en donde murió en una camilla. En el caso de Cortázar, la inspiración surgió luego de sufrir un accidente con su moto Vespa en las calles de París el 14 de abril de 1953. “Ese día me puse la Vespa de sombrero para no matar a una vieja idiota que se me cruzó en una esquina cuando yo cruzaba con todo derecho y las luces verdes”, contó. El percance le provocó una doble fractura de la pierna izquierda, por lo que tuvo que pasar un mes y medio internado víctima de una infección y viviendo “muchos días en un estado de delirio en el que todo lo que me rodeaba me sumía en contornos de pesadilla”, según sus propias palabras. En el cuento, un joven sale de un hotel en su moto y pasea por la ciudad. “Quizá algo distraído -escribió-, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe”. Con varias heridas, fue llevado a un hospital donde se quedó dormido soñando pesadillas.
En lo que no coincidieron fue en sus juicios sobre la muerte. En una entrevista que le concedió en 1978 a Evelyn Picon Garfield (1940-2000), una profesora de Español y asistente del Departamento de Italiano en la Montclair State University de Estados Unidos, Cortázar contó: “Precisamente porque en el fondo soy alguien muy optimista y muy vital, es decir alguien que cree profundamente en la vida y que vive lo más profundamente posible, la noción de la muerte es también muy fuerte en mí. Yo no tengo ningún sentimiento religioso. Nunca se despertó en mí el menor sentimiento religioso. Y entonces la noción de la muerte para mí no es una noción que yo pueda esconder o disimular o buscarle un consuelo con la idea de una resurrección, de una segunda vida. Para mí la muerte es un escándalo. Es el gran escándalo. Es el verdadero escándalo. Yo creo que no deberíamos morir y que la única ventaja que los animales tienen sobre nosotros es que ellos ignoran la muerte. El animal no sabe que va a morir. El hombre lo sabe, lo sabe y reacciona de distintas maneras, histórica o personalmente. La muerte es un elemento muy importante y muy presente en cualquiera de las cosas que yo he escrito”.


En cambio Borges dijo, en el documental “Borges para millones”, una película filmada en Argentina en 1978, que cuando se sentía desdichado pensaba en la muerte. “Es el consuelo que tengo: saber que no voy a seguir siendo, pensar que voy a dejar de ser. Es decir, yo tengo la certidumbre más allá de algunos temores de índole religiosa, más allá del cristianismo, que desde luego lo llevo en la sangre también, más allá de la Church of England y de la de la Iglesia Católica Romana, más allá de los puritanos, más allá de todo eso, yo tengo la certidumbre de que voy a morir enteramente. Y es un gran consuelo. Es algo que le da mucha fuerza a un hombre, el saber que es efímero. En cambio, la idea de ser duradero, me parece que es una idea horrible realmente. La inmortalidad sería el peor castigo. Cualquier forma de inmortalidad sería el infierno. El cielo si durara mucho sería el infierno también.
  Cualquier estado perdurable es la desdicha. Quizás una de las mayores virtudes de la vida es que todo es efímero, incluso lo físico es efímero, el placer es efímero también, y está bien que sea así porque si no sería muy tedioso todo”.
Según cuenta el Profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Zaragoza Daniel Mesa Gancedo (1969) en su ensayo “De la casa (tomada) al café (Tortoni). Historia de los dos que se entendieron: Borges y Cortázar”, “la comparación entre las respectivas obras cuentísticas se convirtió también en tópico de las entrevistas. Cortázar asumió la contraposición tradicional entre el ‘intelectualismo’ del relato borgesiano y el ‘vitalismo’ del suyo (lo que ilustró con la imagen de ‘escribir en casa’ y ‘escribir en el café’), pero siguió insistiendo en la común exigencia lingüística, y subrayó la pertenencia a una misma familia espiritual marcada por la ironía ‘porteña’”. Y agregó un fragmento de la entrevista que Cortázar le concedió al Doctor en Lingüística y Letras Walter B. Berg (1943) en los años ‘70. “Lo que voy a decir no es una calificación de valores, pero Borges ha escrito toda su obra en su casa y yo he escrito toda mi obra en los cafés. Bueno, eso es una metáfora para tratar de explicar que el mundo de Borges es un mundo intelectual cerrado, admirablemente hecho, pero de alguna manera sin comunicación con la vida cotidiana, con lo que pasa en la esquina, con esa gatita que está jugando ahí, y bueno... Yo no podría escribir, si no estuviera conectado con mi gatita y con lo que pasa en la esquina, porque la literatura no tendría sentido para mí”, le dijo Cortázar al profesor de Literatura Latinoamericana en la Albert Ludwigs Universität de Freiburg, Alemania, y autor de los ensayos “Die amerikanität von Julio Cortázar: literatur, politik, kultur” (La americanidad de Julio Cortázar: literatura, política, cultura) y “Grenz zeichen. Cortázar: leben und werk eines argentinischen schriftstellers der gegenwart” (Señales fronterizas. Cortázar: vida y obra de un escritor argentino contemporáneo).
Unos años antes, exactamente el 30 de noviembre de 1964, Cortázar le envió una carta a su editor Francisco Porrúa (1922-2014), en la que le dijo: “No te podés imaginar cómo se me llena el corazón de azúcar y de agua florida y de campanitas, cuando, al cruzar el hall de la UNESCO con Aurora para ir a tomarnos un café a la hora en que está terminantemente prohibido y por lo tanto es muchísimo más sabroso, lo vimos a Borges con María Elena Vázquez, muy sentaditos en un sillón, probablemente esperando a Caillois. Cuando me di cuenta, cuando reaccioné, ya nos estábamos abrazando con un afecto que me dejó sin habla. Mirá, fue algo maravilloso. Borges me apretó fuerte, ahí nomás me dijo: ‘Ah, Cortázar, a lo mejor, ¿no?, usted se acuerda, ¿no?, que yo le publiqué cosas suyas en aquella revista, ¿no? ¿Cómo se llamaba la revista, che, cómo se llamaba?’. Yo casi no podía hablar, porque el grado de idiotez a que llego en momentos así es casi sobrenatural, pero me emocionó tanto que se acordara con un orgullo de chico de esa labor de pionero que había hecho conmigo. Entonces le recordé a mi vez todo lo que eso había significado para mí, sobre todo porque él me había publicado sin conocerme personalmente, lo que le daba muchísimo más valor a la cosa. Y entonces Borges dijo: ‘Ah, sí, claro… Y usted a lo mejor se acuerda, ¿no?, que mi hermana Norah le hizo unos dibujos muy preciosos, ¿no?’. En fin, che, yo estaba hecho un pañuelo. Después lo escuchamos a Borges en su conferencia sobre literatura fantástica, dicha en un francés excelente, y a los días vino a la Unesco y les rajó una charla sobre Shakespeare que los dejó a todos mirando estrellas verdes. La chica Vázquez me arrancó la lectura de dos cuentos para una emisión de Radio Municipal, y se fueron a España. Por supuesto, los periodistas se ingeniaron como siempre para hacerle decir a Borges cuatro pavadas sobre política, pero qué poco importa, o en todo caso, qué poco me importa”.


El 20 de octubre de 1968, en una carta que le envió a su amigo, el poeta y ensayista cubano Roberto Fernández Retamar (1930- 2019) expresó: “Borges pronunció una conferencia en Córdoba sobre literatura contemporánea en la América Latina. Habló de mí como un gran escritor, y agregó: ‘Desgraciadamente nunca podré tener una relación amistosa con él porque es comunista’. Cuando leí la noticia en los diarios, me alegré más que nunca del homenaje que le rendí en ‘La vuelta al día...’. Porque yo, aunque él esté más que ciego ante la realidad del mundo, seguiré teniendo a distancia esa relación amistosa que consuela de tantas tristezas. Me temo que esa posición no sea entendida por los que cada vez pretenden más que el escritor sea como un ladrillo, con todas las aristas a la vista, el paralelepípedo macizo que sólo puede ajustarse a otro paralelepípedo. No sirvo para hacer paredes, me gustan más echadas abajo”. Un año antes, 29 de octubre de 1967, le había mandado otra carta en la que le dijo: “Anoche volví a París desde Argel. Solo ahora, en mi casa, soy capaz de escribir coherentemente; allá, metido en un mundo donde sólo contaba el trabajo, dejé irse los días como en una pesadilla, comprando periódico tras periódico, sin querer convencerme, mirando esas fotos que todos hemos mirado, leyendo los mismos cables y entrando hora a hora en la más dura de las aceptaciones. No sé escribir cuando algo me duele tanto, no soy, no seré nunca el escritor profesional listo a producir lo que se espera de él, lo que le piden o lo que él mismo se pide desesperadamente. La verdad es que la escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de refugio, de disimulo casi, la sustitución de lo insustituible. El Che ha muerto y a mí no me queda más que silencio, hasta quién sabe cuándo. Allá en Argel, rodeado de imbéciles burócratas, en una oficina donde se seguía con la rutina de siempre, me encerré una y otra vez en el baño para llorar; había que estar en un baño, comprendes, para estar solo, para poder desahogarse sin violar las sacrosantas reglas del buen vivir en una organización internacional. Y todo esto que te cuento también me avergüenza porque hablo de mí, la eterna primera persona del singular, y en cambio me siento incapaz de decir nada de él. Me callo entonces”.
En octubre de 1967, Borges estaba dictando una clase de Literatura Británica en la Universidad de Buenos Aires cuando un estudiante entró al aula con la noticia de que Ernesto Guevara (1928-1967) había sido asesinado en la sierra boliviana. El estudiante se paró delante de los alumnos y exigió suspender la clase para rendir un homenaje al guerrillero argentino. “Las clases quedan interrumpidas por duelo: ha muerto el Comandante Che Guevara” dijo, a lo que Borges contestó: “A la memoria del Comandante no le afectará que termine con los veinte minutos de clase que faltan”. Esa respuesta irritó al estudiante, que insistió con voz desafiante: “Tiene que ser ahora, ¡y usted se va!”. Entonces Borges golpeó el escritorio y replicó con firmeza: “¡No me voy nada! Y si usted es tan guapito, venga a sacarme de aquí”. El estudiante, furioso, se retiró del aula y Borges continuó con su clase. El interruptor del suministro eléctrico estaba afuera, por lo que el enfurecido estudiante cortó la luz del aula. Pero, como Borges ya estaba casi ciego, siguió dando su clase como si nada hubiese pasado, hasta que otro estudiante le dijo: “Maestro, cortaron la luz”, a lo que Borges contestó: “En previsión de este día he tomado la precaución de quedarme ciego”, lo que provocó carcajadas en el alumnado. Esta anécdota demuestra el enorme contraste político-ideológico que distanció a Borges, quien en 1919 había escrito “Los ritmos rojos”, un poemario elogioso de la Revolución Rusa que nunca publicó, y a Cortázar, quien en el nº 163 de la revista “Sur”, aparecido en mayo de 1948, publicó un artículo con motivo del fallecimiento del escritor francés Antonin Artaud (1896-1948), lo que fue su primera colaboración en la publicación trimestral fundada en 1931 por la escritora Victoria Ocampo (1890-1979).


Años después, en 1973, Cortázar fue entrevistado por el periodista y locutor radial peruano Hugo Guerrero Marthineitz (1924-2010) en el programa “El show del minuto” transmitido por radio Continental. En la entrevista -que fue publica con el nombre “La vuelta a Julio Cortázar en 80 preguntas” en la revista “Siete Días”- Cortázar declaró sin tapujos: “En la actualidad, cada vez que se menciona a Borges inmediatamente la gente se divide en bandos perfectamente diferenciados... En América Latina, diría yo. En otros lugares se lo conoce como escritor, y lo que pasa en América latina es que, en estos últimos años, además de su trabajo como escritor, hemos conocido los puntos de vista geopolíticos de Borges. Esto ha creado con respecto a él un antagonismo manifiesto de parte de mucha gente que no puede aceptar cierto tipo de declaraciones hechas por alguien cuya palabra tiene tanta repercusión en el interior y en el extranjero. Yo personalmente no puedo aceptar que diga, por ejemplo, que el único defecto de Estados Unidos es haberle dado educación a los negros. Sin embargo, Jorge Luis Borges ha escrito algunos de los mejores cuentos de la historia universal de la literatura. El escribió también una ‘Historia universal de la infamia’” (libro en el que tres de los cuentos, las tramas están relacionadas con personajes negros). El distanciamiento se agravó tras el golpe de Estado llevado adelante por los militares en marzo de 1976, un hecho que contó con el apoyo público de Borges. Al año siguiente viajó a París invitado por la editorial Gallimard, la cual organizó un almuerzo en su honor. Al evento también fue invitado Cortázar, pero no asistió. Quien sí lo hizo fue su pareja por entonces, la escritora lituana Ugnė Karvelis (1935-2002), quien años después contó que “Cortázar me encargó decirle a Borges que seguía siendo un gran admirador de su obra, pero le resultaba imposible encontrarlo por razones que ciertamente él comprendería. Transmití el mensaje y Borges estaba contento”. Nunca más se comunicaron.

23 de octubre de 2025

Acerca de Borges y Cortázar (2/3)

Borges sobre Cortázar (y viceversa)

Para muchos críticos literarios, en gran parte de la obra de Borges -ya sean cuentos, poemas o ensayos- se hace patente su fascinación por los laberintos y, entre otros, ponen como ejemplos más representativos los cuentos “Las ruinas circulares”, “La biblioteca de Babel”, “La casa de Asterión” y “El Aleph”, y los poemas “Juan, I, 14”, “Laberinto” y “Otro poema de los dones”. Para él, el laberinto representaba la complejidad del universo, un reflejo de la mente humana, una manifestación de lo infinito, la prisión esencial de los hombres. Alguna vez manifestó: “El peor laberinto no es esa forma intrincada que puede atraparnos para siempre, sino una línea recta única y precisa”. En el cuento “El jardín de senderos que se bifurcan”, que formó parte de su libro “Ficciones”, escribió: “Medité en ese laberinto perdido: lo imaginé inviolado y perfecto en la cumbre secreta de una montaña, lo imaginé borrado por arrozales o debajo del agua, lo imaginé infinito, no ya de quioscos ochavados y de sendas que vuelven, sino de ríos y provincias y reinos... Pensé en un laberinto de laberintos, en un sinuoso laberinto creciente que abarca el pasado y el porvenir y que implicara de algún modo a los astros... Ts’ui Pên (uno de los personajes del cuento) diría una vez: Me retiro a escribir un libro. Y otra: Me retiro a construir un laberinto. Todos imaginaron dos obras; nadie pensó que libro y laberinto eran un solo objeto”. Para otros estudiosos de este tema, la idea del laberinto también está presente en los cuentos “El perseguidor” y “Casa tomada”, y en la novela “Rayuela” de Cortázar. Y atribuyen esa conclusión a que, para Cortázar, no existía una sola realidad, las había múltiples y todas ellas coexistían, y a que las ideas y la realidad misma eran laberínticas.
El Profesor de Estudios Literarios Generales en la Universitetet i Bergen de Noruega, Gisle Selnes (1965), dice en “Borges og Cortázar. En labyrint av pavirkelser eller un uendelig samtale?” (Borges y Cortázar. ¿Un laberinto de influencias o una conversación interminable?) que el fin de artículo era “volver sobre los principales puntos de contacto entre Borges y Cortázar para captar mejor una relación que algo tiene tanto de ‘conversación infinita’ como de ‘laberinto de influencias’. A tal empresa se le impone el tema del laberinto; la verdad es que resulta imposible escribir sin acercarse a él. El laberinto se sitúa, casi literalmente, en el origen de las correspondencias borgesianas/cortazarianas y, además, entra como figura trazada en el tapiz de las relaciones posteriores entre los dos escritores. (…) Diría que uno de los logros importantes de Cortázar es haber sometido el mito del laberinto a una revisión profunda, más allá del abstracto universo laberíntico de Borges, casi sin que se noten ni su procedencia ni las etapas de su transformación”. Por su parte, el docente universitario, escritor y periodista argentino Oscar Sbarra Mitre (1942-2014) afirmó en “Las fronteras científicas del universo borgeano”, ensayo que formó parte del libro “Borges científico. Cuatro estudios” que Ediciones Biblioteca Nacional publicó en 1999, que “las fronteras del mundo borgeano son el tiempo y el azar. En Borges se sistematizaron en su literatura y su pensamiento. Tal vez la ficción y la realidad se unieron en él a través de ‘La biblioteca de Babel’ que imaginó como el universo, donde el azar pasaba por el ordenamiento de los libros. (…) En el maravilloso mundo de Borges se podría decir que en realidad la verdad no existe, y en verdad, la realidad tampoco”.


El 12 de febrero de 2024, al cumplirse veinte años del fallecimiento de Cortázar, el escritor argentino Patricio Zunini (1974) publicó un artículo en el diario “Infobae”. En él, entre otras cosas, señaló: “En 1985, la editorial Hyspamérica lanzó la ‘Biblioteca Personal Jorge Luis Borges’. En total, salieron unos setenta volúmenes. Ahí están ‘Bartleby el escribiente’ de Melville, ‘América’ de Franz Kafka, una recopilación de relatos de Ariwara no Narihira, ‘El desierto de los tártaros’ de Dino Buzzati, ‘La piedra lunar’ de Wilkie Collins. Cada uno venía con un pequeño prólogo de Borges. El primer ejemplar de la ‘Biblioteca’ fue una selección de cuentos de Julio Cortázar: dieciséis cuentos que componían una suerte de ‘grandes éxitos cortazarianos’ y que, en poco más de doscientas páginas, echaban por tierra muchos mitos y habladurías sobre la rivalidad de estos dos grandes escritores. (…) En 1946, Borges era secretario de redacción de ‘Los anales de Buenos Aires’, una revista casi secreta -en sus palabras- que duró menos de veinte números y replicaba a escala la línea editorial de la revista ‘Sur’. Borges publicó en ‘Los anales…’ varios de sus cuentos más famosos: ‘Los inmortales’, ‘Los teólogos’, ‘La casa de Asterión’ -que, según parece, lo escribió en una tarde cuando vio que le quedaba una hoja en blanco para mandar la revista a imprenta-. También escribió ensayos sobre Wells, Whitman, Chesterton, etc. ‘Casa tomada’ salió en el número de diciembre -el n° 11- de ‘Los anales…’, entre un cuento de Petit de Murat y un soneto de Molinari. En el prólogo, Borges evitaba hacer cualquier análisis por fuera del argumento. (…) Hay por lo menos dos cuentos en los que Cortázar hace un homenaje explícito a Borges. ‘La noche boca arriba’ es la versión fantástica de ‘El sur’. ‘Bestiario’ es aún más evidente: la trama pasa en la estancia de los Funes, hay un personaje que se llama Luis -que come en la cabecera de la mesa y lee todo tiempo- y un tigre que ronda la biblioteca. Por el contrario, Borges nunca consideró los cuentos de Cortázar como punto de los suyos. Durante algún tiempo, incluso, dijo que sólo había leído ‘Casa tomada’. Debieron pasar muchos años hasta que afirmó que lo leía y le gustaba. El mundo, para Borges, pasaba a través de los libros. No tenía televisión, no escuchaba la radio: Cortázar era un fanático del jazz, trabajaba en la UNESCO, participaba en reuniones políticas; Borges entendía el mundo a través de los libros. En él, la disyuntiva entre literatura y vida no tenía sentido. La vida estaba dentro de la literatura”.
En el prólogo de “Casa tomada”, aparecido en el volumen que se publicó en esa “Biblioteca personal” bajo el título “Cuentos”, Borges escribió: “Hacia mil novecientos cuarenta y tantos, yo era secretario de redacción de una revista literaria, más o menos secreta. Una tarde, una tarde como las otras, un muchacho muy alto, cuyos rasgos no puedo recobrar, me trajo un cuento manuscrito. Le dije que volviera a los diez días y que le dada mi parecer. Volvió a la semana. Le dije que su cuento me gustaba y que ya había sido entregado a la imprenta. Poco después, Julio Cortázar leyó en letras de molde ‘Casa tomada’ con dos ilustraciones a lápiz de Norah Borges. Pasaron los años y me confió una noche, en París, que ésa había sido su primera publicación. Me honra haber sido su instrumento. El tema de aquel cuento es la ocupación gradual de una casa por una invisible presencia. En ulteriores piezas Julio Cortázar lo retomaría de un modo más indirecto y por ende más eficaz. Cuando Dante Gabriel Rossetti leyó la novela ‘Cumbres borrascosas’ le escribió a un amigo: ‘La acción transcurre en el infierno, pero los lugares, no sé por qué, tienen nombres ingleses’. Algo análogo pasa con la obra de Cortázar. Los personajes de la fábula son deliberadamente triviales. Los rige una rutina de casuales amores y de casuales discordias. Se mueven entre cosas triviales: marcas de cigarrillo, vidrieras, mostradores, whisky, farmacias, aeropuertos y andenes. Se resignan a los periódicos y a la radio. La topografía corresponde a Buenos Aires o a París y podemos creer al principio que se trata de meras crónicas. Poco a poco sentimos que no es así. Muy sutilmente el narrador nos ha atraído a su terrible mundo, en que la dicha es imposible. Es un mundo poroso, en el que se entretejen los seres; la conciencia de un hombre puede entrar en la de un animal o la de un animal en un hombre. También se juega con la materia de la que estamos hechos, el tiempo. En algunos relatos fluyen y se confunden dos series temporales. El estilo no parece cuidado, pero cada palabra ha sido elegida. Nadie puede contar el argumento de un texto de Cortázar; cada texto consta de determinadas palabras en un determinado orden. Si tratamos de resumirlo verificamos que algo precioso se ha perdido”.


Con respecto al cuento “Casa tomada”, en el libro “Siete conversaciones con Jorge Luis Borges” del escritor argentino Fernando Sorrentino (1942), autor del ensayo “El forajido sentimental. Incursiones por los escritos de Jorge Luis Borges”, el autor de “El libro de arena” relató: “Yo me encontré con Cortázar en París, en casa de Néstor Ibarra. Él me dijo: ‘¿Usted se acuerda de lo que nos pasó aquella tarde en la diagonal Norte?’. No, le dije yo. Entonces él me dijo: ‘Yo le llevé a usted un manuscrito. Usted me dijo que volviera al cabo de una semana, y que usted me diría lo que pensaba del manuscrito’. Yo dirigía entonces una revista, ‘Los Anales de Buenos Aires’ (una revista ahora indebidamente olvidada), que pertenecía a la señora Sara de Ortiz Basualdo, y él me llevó un cuento, ‘Casa tomada’; al cabo de una semana, volvió. Me pidió mi opinión, y yo le dije: en lugar de darle mi opinión voy a decirle dos cosas: una, que el cuento está en la imprenta y dentro de unos días tendremos las pruebas; y otra, que ya le he encargado las ilustraciones a mi hermana Norah. Pero, en esa ocasión, en París, Cortázar me dijo: ‘Lo que yo quería recordarle también es que ése fue el primer texto que yo publiqué en mi patria cuando nadie me conocía’. Y yo me sentí muy orgulloso de haber sido el primero que publicó un texto de Julio Cortázar. Y luego nos vimos un par de veces en la UNESCO, donde él trabaja. Él está casado -o estaba casado- con la hermana de un querido amigo mío, Francisco Luis Bernárdez. Bueno, como le decía, nos vimos creo que dos o tres veces en la vida y, desde entonces, él está en París, yo estoy en Buenos Aires; creo que profesamos credos políticos bastante distintos: pero pienso que, al fin y al cabo, las opiniones son lo más superficial que hay en alguien; y además a mí los cuentos fantásticos de Cortázar me gustan”.
Puede afirmarse que, públicamente, Borges siempre habló de Cortázar con respeto y cordialidad, pero muy distintas fueron sus opiniones en privado. Varias de ellas pueden leerse los diarios del escritor Adolfo Bioy Casares (1914-1999), el compañero literario más asiduo de Borges y coautor de los cuentos reunidos en “Seis problemas para don Isidro Parodi”, “Dos fantasías memorables”, “Crónicas de Bustos Domecq” y “Un modelo para la muerte”, bajo el seudónimo H. Bustos Domecq en los tres primeros y B. Suárez Lynch en el último. Bioy Casares publicó los diarios “Unos días en el Brasil”, “Descanso de caminantes” y “Borges”. En este último pueden leerse dictámenes como “Parece que ahora Cortázar divide a la gente en buena o mala, comunista o reaccionaria”, “Fuera de Rusia es muy fácil ser escritor comunista. Basta decir que uno es comunista”, “¿Cómo no se da cuenta de que Fidel Castro es el Perón de Cuba?”, “A diferencia de ‘Otra vuelta de tuerca’, de Henry James, ‘Casa tomada’ no da miedo”, “Si lees a Cortázar, ¿notas algo especial?”, “Desgraciadamente nunca podré tener una relación amistosa con él porque es comunista”. Y en una entrada fechada el 17 de junio de 1972, el desprecio es terminante. Escribió Bioy: “Por la noche, voy a buscar a Borges; mientras esperamos a Peyrou frente a ‘La Prensa’, con mucha rabia Borges me comenta: ‘Qué porquería Cortázar’. ‘¿Por lo de la bandera?’, le pregunté’. ‘Sí, por lo de la bandera’, me contestó. ‘A mí también me dio rabia’, le dije. Y Borges agregó: ‘Pensar que te hablé bien de él. Dije que las ideas políticas no importan -lo que es una pedantería, y una falsedad, porque importan- y hablé bien de él. Si Cortázar hubiera dicho que usa la bandera para limpiarse el culo, también estaría mal, pero por lo menos correspondería a un momento de rabia. En cambio, al poner los mocos, se ve al literato ensayando fríamente un eufemismo. Qué porquería”. Se referían al hecho de que Cortázar, tras la persecución y arresto del poeta Heberto Padilla (1932-2000) por sus críticas al rumbo que había tomado el proceso cubano, había dicho que se limpiaba los mocos con la bandera argentina tras recibir desde Buenos Aires críticas a su poema “Policrítica en la hora de los chacales” publicado en 1971. En el mismo, Cortázar reivindicaba el derecho a la crítica por parte de los intelectuales -que habían apoyado la revolución cubana- a la creciente burocratización de la cultura y el progresivo clima de hostilidad institucional y anti intelectual que se estaba produciendo en Cuba a principios de la década de los ’70.


En noviembre de 1983 la editorial Proa publicó el cuento de Cortázar “Cartas de mamá”. Borges se encargó del prólogo, en el cual, además de contar las vicisitudes vividas en 1946 con la publicación de “Casa tomada” en la revista “Los Anales de Buenos Aires”, expresó: “Muy poco sé de las letras contemporáneas. Creo que podemos conocer el pasado, siquiera de un modo simbólico, y que podemos imaginar el futuro, según el temor o la fe; en el presente hay demasiadas cosas para que nos sea dado descifrarlas. El porvenir sabrá lo que hoy no sabemos y cursará las páginas que merecen ser releídas. Schopenhauer aconsejaba que, para no exponernos al azar, sólo leyéramos los libros que ya hubieran cumplido cien años. No siempre he sido fiel a ese cauteloso dictamen; he leído con singular agrado ‘Las armas secretas’ de Julio Cortázar, y sus cuentos, como aquel que publiqué en la década del cuarenta, me han parecido magníficos. ‘Cartas de mamá’, el primero del volumen, me ha impresionado hondamente. Una historia fantástica, según Wells, debe admitir un solo hecho fantástico para que la imaginación del lector la acepte fácilmente. Esta prudencia corresponde al escéptico siglo XIX, no al tiempo que soñó las cosmogonías o el 'Libro de las mil y una noches'. En 'Cartas de mamá' lo trivial, lo necesariamente trivial, está en el título, en el proceder de los personajes y en la mención continua de marcas de cigarrillos o de estaciones del subterráneo. El prodigio requiere esos pormenores. Otro rasgo quiero indicar. Lo sobrenatural, en este admirable relato, no se declara, se insinúa, lo cual le da más fuerza, como en el 'Yzur' de Lugones. Queda la posibilidad de que todo sea una alucinación de la culpa. Alguien que parecía inofensivo vuelve atrozmente. Julio Cortázar ha sido condenado, o aprobado, por sus opiniones políticas. Fuera de la ética, entiendo que las opiniones de un hombre suelen ser superficiales y efímeras”.
Finalmente, así como Cortázar pidió en 1984 ser enterrado en el cementerio de Montparnasse de París, ciudad que consideraba como una de las más importantes de su vida, dos años después, en 1986, Borges pidió ser sepultado en Ginebra, Suiza, ciudad en la que junto a su familia había vivido su adolescencia entre 1914 y 1919. Allí cursó el bachillerato en el Collège Calvin, estudió francés, una lengua que, según sus propias palabras, nunca terminó de gustarle: “No me agrada el sonido del francés -aseguró mucho después-. Creo que le falta la sonoridad de las otras lenguas romances. Pero, ¿cómo podría pensar mal de un idioma que ha permitido versos admirables como el de Victor Hugo, ‘L’hydre-Univers tordant son corps écaillé d’astres’? ¿Cómo censurar a un idioma sin el cual serían imposibles esos versos?”. Se refería a “La hidra del universo retorciendo su cuerpo escamoso de estrellas”, poema que fue declarado alguna vez como el más rutilante de las letras francesas.